Málaga, ciudad de progreso

Calle Larios

La manera en que se han igualado aquí desarrollo y recaudación es demostrativa de un atraso social notable, pero la conquista de una ciudad nueva tiene que ver, primero, con el espacio público

Málaga: un hueco en un portal

El Espacio para la Solidaridad de Bucarest. / Ad Hoc P16

La impresión es que la euforia ha quedado algo contenida en los últimos años, pero no crean. Existe un motivo de conversación recurrente a poco que uno preste atención en los bares, en las cafeterías, en el metro, en la cola de la panadería o en el supermercado: a Málaga le corresponde ser una gran ciudad, una capital de órdago. Cunde todavía, parece, cierto complejo, como una sensación de oportunidad perdida: Málaga debía ser ese foco de atención internacional por derecho, pero por la razón que sea (competencia desleal, falta de ambición, palos puestos en las ruedas por diversas instituciones regionales y nacionales) ha habido que conformarse. Por eso, cada portada ganada, cada foto del Pompidou divulgada más allá de Villanueva del Rosario, constituye un éxito al que de inmediato hay que añadir otro; es así, peldaño a peldaño, como se consigue la gloria. Estas dos últimas décadas se nos ha puesto delante un modelo de progreso único, bajo la premisa de que no había más opciones: a Málaga había que convertirla en una gran capital al peso, por sus hechuras, porque no quedaba otra, y ahí que llegaron enormes construcciones en altura diseñadas por arquitectos de postín, museos de museos, puentes de un extremo a otro de la bahía, reinvenciones urbanas de gran voltaje como el Eje Litoral y los ensueños metropolitanos de incorporación de gran parte de la provincia en lo que se vino a llamar la Gran Málaga. Todo esto se quedó en el plano a veces, otras llegó a materializarse y las más continúa en el limbo de los proyectos pendientes, pero ahí seguimos, dándolo todo. El argumento resultaba aplastante: Málaga podía convertirse en objeto de inversión por parte de capitales pujantes que podrían encontrar aquí su rentabilidad, merced a un clima sin mucho parangón en toda Europa, con lo que la ciudad saldría beneficiada de manera directa. Dicho de otra forma: el progreso consistía en venderlo todo a quien pudiera comprarlo. De modo que la ciudad se vendió, con consecuencias bien conocidas: encarecimiento de la vivienda, desplazamiento de la población local y del tejido comercial, mercantilización abierta de los espacios públicos, carencia de zonas verdes y equipamientos vecinales y problemas de convivencia al destinar a uso turístico espacios y recursos hasta ahora disfrutados por los malagueños. Esta ha sido, más o menos nuestra historia reciente.

'Invasión de Bancos' del artista belga Dieter Missiaen. / Compagnie Krak

Resultó, sin embargo, que mientras aquí andábamos a expensas de semejante ideal de progreso, otras ciudades europeas se embarcaban en un modelo de desarrollo muy distinto. Es decir: mientras creíamos que llenarlo todo de rascacielos, intercambiadores, cubos blancos, apartamentos turísticos y extensas superficies de cemento nos convertía en modernos, la modernidad, según cierta tendencia histórica, nos hacía la peseta y se iba a otra parte, con lo que a ojos del mundo volvíamos a quedar como catetos atrasados. La diferencia es que, en esta época de desprejuicio colectivo y autoafirmación de la caverna, lo que piensen de nosotros ahí fuera ya no nos importa tanto, salvo que se trate de algún inversor potencial; aunque, quién sabe, a lo mejor no está mal, si realmente Málaga quiere aliarse con el progreso, prestar atención a lo que en nombre del mismo se hace en otros territorios. Otra cosa es que la realidad termine siendo lo que parece y al final todo el tinglado de la Gran Málaga consista en que los más listos del instituto se lleven su correspondiente tajada, pero, de cualquier forma, si hablamos de progreso urbano en el siglo XXI hay que hablar de otra cosa. Hay que hablar, fundamentalmente, del espacio público. De cómo se ordena, se transforma, se regula y se pone a disposición de los ciudadanos y sus necesidades. Es ahí, en la imaginación puesta al servicio del espacio público, donde Europa habla del desarrollo virtuoso de sus ciudades. Lo de vincular el progreso a los rascacielos es mentira. El progreso circula justo en dirección contraria.

Lo de vincular el progreso a los rascacielos es mentira. El progreso circula justo en dirección contraria

Echemos un vistazo. No hay seguramente un escaparate más representativo del progreso urbano europeo que el Premio Europeo del Espacio Público Urbano, que convoca el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) a raíz de su histórica exposición La reconquista de Europa, celebrada en 1999. Desde entonces, numerosas ciudades europeas han presentado aquí centenares de proyectos urbanos que en estas dos décadas han reinventado los espacios públicos para hacer más fácil la vida de la gente. Málaga nunca ha estado aquí, ni se la ha esperado, pero igual podemos tomar nota. De entre los proyectos presentados a la última convocatoria, celebrada el año pasado, hay algunos tan revolucionarios y accesibles como el Espacio para la Solidaridad de Bucarest, una infraestructura modular que cuenta con unidades de almacenamiento cubiertas y mobiliario urbano versátil, instalada en algunos de los grandes solares que quedaron en la capital rumana tras la última gran transformación urbana, como solución flexible y reutilizable de espacio urbano para grupos sociales vulnerables. ¿Imaginamos algo así en el barrio de la Trinidad, donde cada vez más gente pasa la noche en la calle? En Bélgica, el artista Dieter Missiaen ideó un sistema de instalación de bancos desmontables (en un proyecto titulado Invasión de Bancos) con un uso dirigido especialmente a personas solas, de manera que pudieran no solo ocupar los espacios públicos que por derecho les pertenecen sino, además, entablar conversaciones con vecinos. El invento de Missiaen echó a andar en Brujas y la experiencia ha llegado ya a distintas ciudades de Europa y América. ¿Probamos a importar el proyecto y aplicarlo, yo qué sé, en Carranque, o en Huelin a ver qué pasa? ¿O lo dejamos mejor porque, total, los malagueños son unos cafres y lo rompen todo?

Sede la galería Plato en el antiguo matadero de Ostrava (República Checa). / Jakub Certowicz

Frente a la empresa faraónica del Eje Litoral con la que nuestro Ayuntamiento ha tenido a bien amenazarnos, los Ejes Verdes del Eixample barcelonés han demostrado una elevada eficacia en términos de convivencia, movilidad, conectividad, esparcimiento y, claro, cuidado del medio ambiente. Un proyecto como la nueva sede la galería Plato en el antiguo matadero de Ostrava (República Checa) demuestra todo lo que quedó por hacer aquí con la transformación del antiguo Mercado de Mayoristas en el CAC Málaga, especialmente en la intervención en el entorno. Pero también el nuevo Parque Marítimo de Rímini (Italia) nos ilustra sobre lo que podría haber dado de sí la integración real del Paseo de los Curas y el Palmeral de las Sorpresas. De la conquista social y medioambiental que entrañará el Bosque Urbano de Málaga ya nos da noticias bien prometedoras el recién inaugurado Bosque Urbano de Tiflis (Georgia). Otros proyectos presentados al premio del CCCB (y aquí, desde luego, participar es mucho más interesante que ganar) como la Plaza del Mercado de Sazdetfurth (Alemania), el Parque de la Colina de Varsovia (ganador de la última edición), la Ruta de la Ribera de Loures (Portugal), las Promenades de Reims (Francia) y, por mirar más cerquita, el Pabellón del Festival de Arquitectura Urbana de Granada, podrían perfectamente emularse en Málaga para hacerla más habitable, más de todos.

Proyecto de los Ejes Verdes en el Eixample de Barcelona. / Instituto Salud Global de Barcelona

Hay un último detalle en todo esto no menor a tener en cuenta: la cantidad de inversiones que, ya solo en lo relativo a las instituciones europeas dispuestas a apoyar iniciativas como las aquí citadas, deja pasar Málaga cada año por su empeño en no querer jugar en esta liga. ¿Y si le diéramos al malogrado proyecto del auditorio una pátina de revolución profunda del espacio urbano? ¿Y si aprovecháramos la jugada para crear una gran reserva de espacio público vinculada al equipamiento? ¿Y si en lugar de las torres con su parquecito le diéramos una oportunidad al Bosque Urbano en el suelo de Repsol? Entonces, tal vez, sí pareceríamos una ciudad moderna, seguiríamos siendo un foco de atracción turística (aunque desde un criterio más sostenible) y aspiraríamos a recibir inversiones no especulativas que garantizarían una senda equilibrada de progreso. Por otra parte, para qué vamos a rompernos tanto la cabeza. Hagan sus dichosos rascacielos, que cada cual coja el trozo de tarta que pueda y a correr. Que son dos días.

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