Cultura

Pioneros del sinfonismo

  • El flautista, profesor e investigador Eduardo González-Barba publica dos trabajos sobre los orígenes de las orquestas sinfónicas en Sevilla.

ORQUESTAS Y CONCIERTOS EN LA SEVILLA DE LA RESTAURACIÓN (1875-1931). Eduardo González-Barba. Universidad de Sevilla, 2015. 175 páginas. 15 euros. 

MANUEL DE FALLA Y LA ORQUESTA BÉTICA DE CÁMARA. Eduardo González-Barba. Ayuntamiento de Sevilla, 2015. 366 páginas. 18 euros.

En enero se cumplen los 25 años del primer concierto público de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro Lope de Vega de la capital andaluza. Un cuarto de siglo no exento de conflictos ni de problemas, pero que ha servido para convertir la actividad sinfónica en una rutina cultural que se ha hecho ya por completo irrenunciable (o eso quieren pensar los buenos aficionados). Al rebufo de la ROSS y de las otras tres orquestas profesionales creadas en Andalucía a principios de la década de los 90 (Córdoba, Málaga y Granada), nuevos conjuntos se han ido implantando y desarrollando, aun con estructuras y aspiraciones diferentes y sin la estabilidad de los cuatro grandes, pero con la misma vocación de ofrecer música orquestal a los melómanos andaluces en las mejores condiciones posibles.

El panorama no conoce precedentes, como sabe bien Eduardo González-Barba, flautista, profesor del Conservatorio Superior Manuel Castillo de Sevilla e investigador, que acaba de publicar por separado dos estudios que profundizan en los difíciles inicios del sinfonismo en el sur de España. "Mi tesis versaba sobre la Orquesta Bética de Cámara, pero al empezar a reunir la documentación aparecieron instituciones y sociedades sinfónicas y camerísticas de las que no conocía prácticamente nada, así que me decidí a investigar también los precedentes que llevaron a la fundación de la Bética". En el último tercio del siglo XIX, cuando el sinfonismo estaba ya bien asentado en buena parte de Europa y empezaba a instalarse en las principales ciudades españolas, la situación de Sevilla era deplorable. "Sevilla entra en el siglo XX con una situación económica, sanitaria y urbanística muy deficiente", comenta el profesor González-Barba, "y esta ha sido la causa normalmente aducida para explicar el retraso en el desarrollo de la música sinfónica en la ciudad, pero esa respuesta no es del todo satisfactoria, porque no explica por qué razón la ópera y la zarzuela gozaron en cambio en ese tiempo de buena salud. Cuando uno analiza los documentos de la época, especialmente la prensa, se da cuenta de que los críticos atribuyen el retraso básicamente a dos razones: la especulación de los empresarios teatrales, sólo interesados en la explotación económica de sus instituciones, sin ningún espíritu de riesgo, y el desinterés absoluto de las clases altas de la sociedad. Sólo cuando estos dos factores se dan la vuelta será posible que Sevilla viva un primer florecimiento de la música sinfónica y camerística".

Eso ocurrirá en los albores de los años 1920, pero hasta ese momento algunos intentos se habían realizado para tratar de llevar el sinfonismo a la ciudad, como el del barítono Manuel Crescj, que en 1871 crea la Sociedad de Conciertos de Sevilla con la idea de ofrecer un ciclo regular de conciertos a cargo de una orquesta completamente profesional, pero el proyecto fracasa sin ni siquiera llegar a celebrarse el primer concierto. "Había sociedades musicales anteriores, pero sus actividades estaban dominadas por el amateurismo. Crescj se encontró en cualquier caso con dos problemas: el desinterés mostrado por el público y las dificultades de los músicos profesionales, adscritos a los teatros de ópera, para encontrar tiempo para los ensayos. Es una queja repetida en esta época: las condiciones laborales son duras y la dedicación sinfónica tiene que ser casi altruista, con lo que los resultados no llegan a cuajar nunca". Habida cuenta de que ni público ni instituciones ni empresarios parecían interesados en mantener espectáculos sinfónicos, los aficionados se redirigen al género camerístico. "En 1879, Luis Piazza, constructor de pianos, inaugura un salón de música en la calle Rioja, que será el primero que se abre al público general, y no sólo a los socios de las entidades que organizaban los actos. La función de la prensa y de la crítica es también ahora fundamental. En concreto, la crítica se transforma por completo y deja de ser meramente descriptiva del acto social para convertirse incluso en reivindicativa. Los críticos se sienten parte de la sociedad musical sevillana y tratan de espolear con sus escritos las conciencias de los empresarios y las clases altas de la ciudad".

La llegada en 1910 de Eduardo Torres a la maestría de capilla de la Catedral iba a ser un factor esencial para el arraigo de la música en la capital andaluza. "Torres no ciñó su actividad a la capilla catedralicia, sino que, sintiendo el deber de elevar la cultura musical en Sevilla, proyecta su actividad fuera como conferenciante, compositor, director y fundador de una orquesta, la Orquesta Sinfónica Sevillana, primera orquesta profesional de la ciudad, que estuvo en activo tres años, de 1913 a 1916". Son años en los que el desinterés por la música instrumental sigue siendo general, pero también los años en que se ponen las bases para lo que desde 1920 se convertirá en lo que el mismo Eduardo Torres llamó "el renacimiento musical sevillano". En 1915, Vicente Lloréns abre su teatro en la calle Sierpes, y con él consigue concitar no sólo los elogios de los entendidos sino un interés en las clases pudientes que iba a tener pronto un efecto casi milagroso. "Vicente Lloréns es el primer empresario teatral que, sin renunciar obviamente a la rentabilidad, tiene la sensibilidad suficiente para arriesgar y en 1920 empieza a programar en su salón a grandes solistas internacionales. El resultado es espectacular: sólo en enero de aquel año tienen lugar en Sevilla ocho conciertos ofrecidos por solistas y conjuntos de reconocido prestigio. La efervescencia musical conduce enseguida a la creación de la Sociedad Sevillana de Conciertos, en la que figuran nada menos que 500 familias de las más pudientes de Sevilla, algo impensable sólo una década antes, y que la convirtieron en una de las más importantes de España. El éxito es tal que en 1921 la Sociedad tiene que trasladar su sede al Teatro San Fernando, que era el mayor de la ciudad. La entidad mantuvo su actividad hasta 1934."

El San Fernando sería testigo en 1923 del estreno de una de las obras fundamentales de todo el siglo XX español, el Retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla, un hecho que iba a impulsar la fundación en octubre de aquel mismo año de la Orquesta Bética de Cámara, que se presentaría públicamente en junio del año siguiente. "La Bética nació con voluntad de convertirse en uno de los mejores conjuntos de España, e incluso de tener proyección en el extranjero, mezclando en su repertorio obras barrocas, clásicas y modernas. Aunque subsistió como tal hasta 1964, en que se transformó en Filarmónica, en realidad su vida fue bastante errática, sobre todo desde 1930".

Aunque la situación actual es radicalmente distinta, "sobre todo por el apoyo institucional que tiene la ROSS, y el caso del languidecimiento actual de la renacida Bética, que no tiene ese sostén, es significativo", del efímero triunfo de la música clásica en la Sevilla de los años 20 pueden sacarse enseñanzas: "Eduardo Torres lo previó. El crecimiento exponencial de la actividad musical se apoyaba en bases poco sólidas, sobre todo, por las enormes carencias educativas, que estarían en la base de la rápida decadencia de aquellas instituciones pioneras". Pasado un siglo, la lección debería estar aprendida y la asignatura, aprobada. ¿Lo está?

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