Crítica de Cine cine

Apasionante y necesario drama histórico, ético y político

Jesper Christensen, caracterizado como el Rey Haakon VII de Noruega en el filme de Erik Poppe.

Jesper Christensen, caracterizado como el Rey Haakon VII de Noruega en el filme de Erik Poppe. / d. s.

La extraordinaria Dunkerque ha recordado algo que jamás debería olvidarse o ser materia solo conocida por los historiadores: el heroísmo de la población civil inglesa durante la Segunda Guerra Mundial. La excelente La decisión del Rey recuerda otro hecho sucedido durante la misma guerra que tampoco debería olvidarse nunca o quedar encerrado en las páginas de los libros de historia reservados a los especialistas, lo que es una forma de olvido. La inmensa capacidad de divulgación del cine -tarea que debería ser para él un imperativo moral- permite que estos hechos sean conocidos por el gran público.

En este caso el excelente guión de Harald Rosenløw-Eeg y Jan Trygve Røyneland, que tiene la virtud de aunar el rigor histórico y el interés dramático, y el gran trabajo del realizador Erik Poppe -de quien conocíamos el complejo drama ético Aguas turbulentas y la interesante Mil veces buenas noches- presentan al gran público, a través de la figura del rey Haakon VII de Noruega -nacido danés y primer monarca noruego, por masiva votación popular, tras recuperarse la independencia de Suecia, que reinó desde 1905 a 1957- el heroico, admirable, papel jugado por las poblaciones y monarquías nórdicas en su oposición a los nazis y, muy especialmente, en la defensa de sus súbditos judíos. Ante el ultimátum nazi Haakon VII tuvo que tomar la difícil decisión a la que alude el título de la película: rendirse ante el poderoso ejército alemán admitiendo el gobierno de un presidente títere filonazi o declarar la guerra. Decidió lo segundo, permitiendo que su gobierno ratificara o no su decisión pero advirtiendo que si se rendían, abdicaría. En esos mismos años los daneses, ellos sí invadidos tras rendirse, lograron salvar a la mayoría de los ciudadanos judíos evacuándolos a Suecia, donde el rey Gustavo VI garantizó su asilo. Mientras tanto Francia le regalaba sus judíos a Hitler. No todos los países son iguales.

La decisión del rey no era fácil. Dinamarca se había rendido para impedir una matanza, dada la superioridad alemana. Haakon VII sabía que al rechazar el ultimátum nazi sometería su pueblo a enormes sufrimientos y pondría en peligro su vida y la de su familia (de hecho vivieron una épica resistencia y episodios heroicos antes de verse obligados a exiliarse en Londres), pero defendería el honor, la libertad y los principios constitucionales de su país.

La película se centra casi exclusivamente en las 72 horas en las que tuvo que tomar la decisión. Relato histórico riguroso y potente, perfecto retrato de los personajes (especialmente los del Rey, su hijo, el traidor noruego filonazi Quisling y el embajador alemán Curt Bräuer, alto diplomático de asombroso destino que acabó siendo enviado como soldado raso al frente oriental como castigo por su fracaso) y relato que se sigue con el interés de un drama apasionante, esta película logra aunar el buen cine con el necesario recuerdo de personas, naciones y hechos que en los momentos más oscuros del siglo XX supieron mantener encendida la luz de la razón, la dignidad y la libertad. Las interpretaciones de Jesper Christensen (el rey) y Karl Markovics (el embajador Bräuer) son fundamentales en esta película de impecable factura y espléndida reconstrucción histórica que compensa su modesto presupuesto (no hay espectacularidad bélica) con el soberbio duelo interpretativo. Una gran y necesaria película por razones cinematográficas y éticas. Procuren que no se les escape entre el ruido de la cacharrería u horteradas estrenadas esta semana.

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