Cultura

Dramaturgia como pedagogía

  • 'Lorca eran todos', de Pepe Rubianes, presenta en escena una maquinaria teatral pura que supera la verbalización documental para significar, más si cabe, a través del gesto

A menudo, cuando se asiste a la representación de obras teatrales que llegan a Málaga después de haberse metido en y salido de ciertas polémicas, se percibe que los verdaderos argumentos y la auténtica naturaleza de estos montajes han pasado desapercibidos por aquéllos que han armado la gresca. Y aquí surge un motivo interesante de reflexión, porque parece que el teatro tiene capacidad, a estas alturas, de soliviantar a unos cuantos, pero la indignación suele incidir en aspectos que no se tocan en los susodichos espectáculos y pasa por alto las razones proverbiales de los mismos. De lo cual puede deducirse que quien censura o ataca una obra por motivos políticos, religiosos o ideológicos, en la mayoría de los casos ni siquiera la ha visto. Es cierto que la prohibición de Lorca eran todos en el Teatro Español de Madrid, allá por septiembre de 2006, vino motivada por un elemento externo, en principio, al propio montaje: unas declaraciones de su creador, Pepe Rubianes, que fueron asimiladas por ciertos sectores como injurias contra España. Y, por aquello de la lógica de las masas (que se lo digan a Canetti), parecía obvio que Lorca eran todos iba a estar plagadito de injurias a la patria; ah, la antropología: tanto caló esta catequesis que quien quiso verlo en Madrid tuvo que ir al auditorio de CCOO.

No, claro, no hay injurias ni gatos con tres pies. Lo que hay es teatro, y sorprende que se trata de un teatro de una pureza casi combativa, lo que ha pasado desapercibido para la mayoría en favor de la dichosa polémica. Rubianes encarna en diez actores y una bailarina toda la documentación que fue capaz de reunir acerca de los últimos suspiros del poeta, prestada por Ian Gibson, Eduardo Molina Fajardo, Agustín Penón y José Luis Vila Sanjuán. La escenografía, parca en el sentido del luto, con los actores de negro (excepto Lorca, espléndida y de blanco Anna Lluch) y desnuda en intenciones, parece propicia a una verbalización de los hechos, otra vez nos van a contar lo de Víznar, por si ya no lo sabíamos. El hallazgo de Lorca eran todos, sin embargo, es la traducción de acontecimientos y personajes en un fantástico trabajo del reparto, que hace significar la tragedia no sólo con la voz, sino también con gestos, movimientos, sombras, miradas y pasos. El acierto de Rubianes es haber incluido estos lenguajes en su manifiesto acerca de la verdad y sus trampas, haber enriquecido lo que ya se sabía con la entrada en juego de una de las mayores riquezas humanas: la del actor y su capacidad de convertir en símbolo todo lo que toca. Es sobrecogedor el momento en que un miembro del reparto acompaña a la presencia de Margarita Xirgú al proscenio, caballeroso, y luego regresa a su puesto. Y sólo por volver a oír a Luis Rosales, aunque sea de lejos, merece la pena el teatro. Y digo teatro.

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