Cultura

Viaje al sueño de la luz

  • El Museo Carmen Thyssen inaugura el viernes su exposición dedicada a Darío de Regoyos, una mirada amplia y diversa al genio impresionista español

Cuando se revisa la historia del arte español, a menudo se pasa por la segunda mitad del siglo XIX como si de un agujero se tratase: nada parece haber ahí digno de contar. Pero lo cierto es que en un país enfermo de clasicismo y tradicionalismo, hubo creadores que lucharon por romper los estrechos corsés de la burguesía acomodaticia, aunque tuviesen que hacerlo desde el otro lado de la frontera. Uno de ellos fue el pintor Darío de Regoyos (Ribadesella, 1857 - Barcelona, 1913), considerado el único impresionista español por derecho. Al visitante del Museo Carmen Thyssen de Málaga, De Regoyos no le resulta ya desconocido gracias a las obras que del artista se conservan en la colección de la pinacoteca; pero, por lo general, y con la excepción del legado consignado en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, el pintor es, a pesar de la influencia que sembró y las puertas que abrió para el arte español, un gran desconocido. El próximo viernes, la deuda quedará saldada en una proporción mayor gracias a la inauguración de la exposición Darío de Regoyos, la aventura impresionista en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, donde podrá verse hasta el 13 de octubre. Se trata de un proyecto ya presentado en el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el citado Thyssen- Bornemisza de Madrid que llega ahora a Málaga con obras procedentes de la propia colección Carmen Thyssen junto a otras piezas cedidas por los Musées Royaux des Beaux-Arts de Belgique, el Musée d'Orsay de París, el Museu Nacional d'Art de Catalunya y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, además de varios coleccionistas privados (eso sí, la muestra llega a Málaga en un formato reducido: si en Bilbao pudieron verse 134 obras y en Madrid un centenar, aquí habrá que conformarse con unas 60), con la intención de devolver a Darío de Regoyos al lugar que le corresponde en la historia del arte.

El comisario de la exposición, Juan San Nicolás, explicó ayer a Málaga Hoy que la historia de Darío de Regoyos es, en buena parte, la de un sueño truncado: "Su muerte fue muy triste. Falleció con 56 años, víctima de un cáncer en la lengua, después de largos periodos de dolor. Su posición en España había sido la de un rebelde, que se enfrentó al clasicismo y al inmovilismo imperante y que optó por un registro tan denostado en su época como el paisaje. Pero fue el único pintor español que desde Bélgica y los Países Bajos luchó codo con codo junto a los impresionistas en la década de los 80 y los 90 del siglo XIX para prender una revolución en el arte. Su rebeldía le salió cara en España: casi siempre tuvo que recurrir a las salas en las que nadie quería exponer para mostrar su obra. Tras su muerte, el reconocimiento llegó muy tarde. Tanto que, en gran medida, todavía es un desconocido".

Si tuviera que escoger un solo rasgo distintivo de Darío de Regoyos, Juan San Nicolás lo tiene claro: "La luz. El tratamiento que hace de la luz es único en España, y en gran medida también en Europa. Como impresionista, De Regoyos muestra una fidelidad asombrosa a la naturaleza. No busca el sol brillante de Sorolla, sino lo más difícil, los tonos del atardecer que también pintaron Monet y su amigo Pissarro". Semejante obsesión por la luz, tal y como podrá comprobarse en la exposición del Museo Carmen Thyssen, no se da sólo en la etapa puramente impresionista del pintor, sino ya desde su primeros trabajos, cuando era discípulo de Carlos de Haes y cuando, animado por el mismo, decidió marchar a Bruselas en 1879 en compañía de sus amigos Enrique Fernández Arbós e Isaac Albéniz, que ya habían abierto camino a la cultura española en el norte de Europa, y matricularse en la École Royale des Beaux-Arts. En Bruselas vivió diez años, ganó la admiración de los artistas más reconocidos y fue introducido en la élite por el mecenas Edmond Picard.

La aventura impresionista da cuenta de esta primera fase, calificada de preimpresionista, así como de toda la evolución del pintor. Posteriormente, y a tenor de diversos viajes realizados por España junto a cómplices como Pío Baroja, Darío de Regoyos adquirió un registro bien distinto en otra etapa denominada La España Negra, que Juan San Nicolás explica así: "A su regreso de Bruselas, De Regoyos encontró una España aún lastrada por un exceso de tradicionalismo, de familia y de religión. La mirada que presta a las corridas de toros en cuadros como Víctimas de la fiesta es muy crítica, no tanto por la fiesta en sí, que él disfrutaba, sino por el ansia que España parecía tener de estos eventos en los que hombres y animales morían despedazados. Otras obras como Hijas de María revelan hasta qué punto Darío de Regoyos fue precursor de la Generación del 98. El mismo Gutiérrez Solana, que fue un gran admirador suyo, prolongó en gran medida esta mirada". En Darío de Regoyos se da así la paradoja de quien aborrece la parafernalia tradicionalista y de alguna manera parece compartirla: "Fue un gran guitarrista, y amaba el cante flamenco. Cuando llegó a Andalucía por la Murcia y La Unión hasta Almería pintó muchos gitanos. Y hay un retrato suyo hecho en Bruselas en el que aparece vestido de tuno".

Pero insiste Juan San Nicolás en señalar la representación de la luz como gran sello de Darío de Regoyos: "Su técnica se perfeccionó hasta abrazar el puntillismo, y de hecho fue el único pintor que practicó este registro en España. Es más, fue el único que pintó unas redes de pesca con esta técnica, en Las redes, una de sus obras más conocidas". Retratos del propio Darío de Regoyos realizados por Théo van Rysselberghe y Daniel Vázquez Díaz (otros artistas como James McNeill Whistler y Ramón Casas también le retrataron) completan este viaje a un creador de nuevo revelado.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios