Cultura

El baile de la extinción

  • La despedida del Festival Danza Málaga tras 13 ediciones agrava la situación del género en la provincia

En julio de 2009, hace ahora justo cuatro años, Málaga acogió un encuentro organizado por el Consejo Internacional de la Danza (CID), dependiente de la Unesco, en el que participaron más de 500 artistas e investigadores procedentes de medio centenar de países. Durante cuatro días se celebraron conferencias, talleres y funciones en varias sedes, con el epicentro general en el Teatro Cervantes. El objetivo principal era convertir a la ciudad en referente de la danza a nivel europeo y en paisaje atractivo para creadores dispuestos a presentar aquí sus trabajos e incluso instalar sus compañías de manera estable. Desde entonces, la realidad se ha impuesto en dirección diametralmente opuesta a la expresión de esta voluntad. Con las artes escénicas sumidas en una recesión brutal a cuenta, sobre todo, de la pérdida de públicos, la particularidad de la danza contemporánea es la de una expresión artística que ya había quedado relegada a los asuntos de unos pocos y que ha acusado el golpe, en consecuencia, con una sangría mayor. El último episodio de este desmantelamiento es la desaparición del Festival Málaga Danza, que desde el año 2000 había abierto una puerta interesante al género a través de trece ediciones otoñales que habían contado con la colaboración de diversas instituciones públicas y que, tal y como confirmaron fuentes de la organización, no tendrá la reválida en 2013. La herida, en consecuencia, es mayor.

A lo largo de sus trece convocatorias, Málaga Danza ha llevado sus espectáculos y sus actividades formativas a muy diversas sedes, desde el Centro Cívico (hoy La Térmica) al Centro Cultural Provincial pasando por los principales teatros de la ciudad (Cervantes, Echegaray, Cánovas y Alameda), el Conservatorio Superior de Danza, el CAC y el Museo Picasso, entre otros centros culturales. También había asentado atalayas en la provincia, como el Teatro Vicente Espinel de Ronda, e incluso fuera de la misma, con programas celebrados en Sevilla, Murcia y Madrid. También había desarrollado importantes actuaciones en colaboración con el festival Nerja Málaga y con la Universidad. Entre los artistas y compañías que han figurado en sus programaciones destacan Emanuel Gat, Esther Aumatell, Dominique Guilhaudin, Mariano Cruceta, Meike Schönhütte, Thomé Araujo (fundador de la compañía Málaga Danza Teatro, a quien el festival rindió homenaje), Sharon Fridman, Arkadi Zaides, Manuela Romero, Claude Brumachon y Benjamin Lamarche, entre muchos otros. En su última edición, celebrada entre el 17 y el 28 de octubre de 2012, Málaga Danza organizó una exposición de fotografías de Chang-Chih Chen en la Caja Blanca, un taller a cargo de I Fen Tung en el Conservatorio Superior de Danza y las actuaciones de artistas como Taoufiq Izzeddiou, Jeff Hsieh y Jay Tseng en varias sedes de Málaga y su provincia, incluida Nerja. Todo un aquelarre en torno a la danza como matriz emocional que, lamentablemente, no continuará.

La extinción del certamen implica la pérdida no sólo de un escaparate idóneo para el otoño malagueño en cuanto a la danza contemporánea (si bien en los programas comulgaban otros registros como el flamenco, e igualmente la música y el arte con argumentos propios), también una oportunidad para el refuerzo del talento local (que, como veremos, es mucho) y una ocasión para el encuentro de profesionales de diversa índole (programadores y directores de salas además de compañías). Sin el festival, a la danza contemporánea no le quedan muchas programaciones fijas en Málaga salvo la semana que el Teatro Echegaray dedica al género y el ciclo Nerja Danza que organiza Fernando Hurtado en el municipio cada mes de octubre. Pero tampoco para estos reductos de la supervivencia la situación es sencilla: a la pérdida de públicos y a la subida del IVA hasta el 21% para la compra de entradas a espectáculos (la danza ha sido la disciplina más afectada por la medida, dada la vulnerabilidad que ya venía acusando) se suma el cada vez más improbable apoyo de las instituciones públicas, lo que condena a la danza a una posición de marginalidad. Si en la provincia de Málaga los esfuerzos conjuntos de la Junta de Andalucía y la Diputación provincial han resultado proverbiales para el sostenimiento de la proyección del flamenco como emblema cultural, la danza contemporánea recibe un interés mucho menor que se traduce, inevitablemente, en una presencia a menudo anecdótica en las carteleras de los teatros; de este modo, según la ley del pez que se muerde la cola, la posibilidad de que aparezcan nuevos públicos es cuanto menos remota.

Esto ocurre en una provincia que cuenta con un Conservatorio Superior de Danza cuyo programa académico es envidiado en buena parte de España, con un Joven Ballet de Málaga y compañías como REA, con un campo que abonó Málaga Danza Teatro en los 80 y al que se afiliaron después artistas de muy distintas tendencias, con la figura (ampliamente reconocida en buena parte de Europa y Latinoamérmica) del calibre de Fernando Hurtado y otras muchas muestras de que el talento en este ámbito es mucho y de que, a poco que se concediera al mismo un mínimo cariño, se podría consolidar en Málaga un público amante de la danza contemporánea. Pero el camino emprendido es otro. El más triste.

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