Blanco Weiss | Crítica

Apología de las líneas asimétricas

Una escena de 'Blanco Weiss'.

Una escena de 'Blanco Weiss'. / Daniel Pérez / Teatro Echegaray

Blanco Weiss, la nueva producción de Factoría Echegaray, parte del hermoso texto de Herminia Luque dedicado a la figura de Rosario Weiss, pintora, académica de San Fernando, instructora de futuras reinas y dueña de un legado artístico que a pesar de su prematura muerte a los 28 años es merecedor de las más elevadas reivindicaciones. La Historia, sin embargo, reservó a Weiss un lugar discreto, a cuenta únicamente de su condición de discípula, ahijada y probable hija ilegítima de Goya. La obra propone así un viaje a la España del XIX para recrear el empeño de una mujer en desarrollar su trayectoria como artista en un mundo de hombres, en el que las pocas puertas disponibles exigían el sometimiento al abuso y en el cada esfuerzo debía multiplicar por mil el de cualquier varón para alcanzar los mismos objetivos; más allá de la crítica a la Historia como sepultura anónima de mujeres llenas de talento, descubrimos pronto que el mundo retratado es sin embargo el nuestro, el del siglo XXI, cuyos techos de cristal presentan así precedentes convenientemente denunciados. La obra propone un punto de partida interesante al subir a escena a una Rosario Weiss (en la piel de Anais Bleda, quien resuelve con soltura un reto más que difícil) ya difunta que relata su historia al médico encargado de redactar el acta de su defunción: desde este ángulo, Blanco Weiss se abre a un registro poético que atesora, con mucho, lo mejor de la obra.

Más allá de su loable propósito divulgativo, y de la indudable consecución del mismo, los mayores problemas de Blanco Weiss tienen que ver con los recursos ofrecidos al público. En esencia, la obra no deja de ser un monólogo adornado con danza, sombras y otros elementos como la interacción con el médico y la transición del mismo por otros personajes evocados, pero el conjunto pide a gritos una trama, una estructura, un sentido del espectáculo que trascienda la exposición de datos biográficos para invitar al espectador a discernir qué va a pasar en la escena siguiente. Confirmada la evidencia de que la Historia ha sido y es injusta con las mujeres dado que se ha sustentado siempre en el abuso masculino, al público no le queda mucho más que convertirse en un mero receptor de acontecimientos, además de apiadarse sin medida de la desdichada víctima llamada Rosario Weiss. El adorno estético (danza incluida), afortunado sólo a medias a la hora de subrayar o significar, no compensa la carencia de una trama, una dosificación de la historia (así, en minúscula) más teatral, más intencionada, menos previsible y más humana. Rosario Weiss detestaba la asimetría, pero quizá a Blanco Weiss le habría venido de perlas.

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