Cultura

La escena es un juego o cómo rendir homenaje desde dentro

  • Dagoll Dagom firma un grato vodevil con su pequeño formato en el Festival de Teatro

Ahora que el teatro ha ganado (¿merecido?) su absoluta asimilación por la parafernalia, con el más grande todavía como atractivo cotidiano y gancho para incautos, resulta más que grato echarse a la cara esta Cómica vida, donde el término producción entraña un significado bien distinto al habitual. Un trío de actores juega a hacer teatro dentro del teatro, sin más recursos que un escenario vacío, tres sillas, un espejo y un par de focos. Y lo que consiguen, a base de sacar a relucir sus trapos sucios, es un homenaje sincero y sentido al arte dramático como pocos se habían visto en los últimos años. Resulta paradójico que la propuesta venga de Dagoll Dagom, expertos en dejar boquiabierto al personal con muchas cosas, que diría Perec. Aquí han optado por la nada, pero han ganado y ofrecido mucho. Un admirable proceso de regeneración para una compañía de primer orden.

La historia, de entrada, es muy divertida, como un vodevil repleto de curvas. Entre los tres actores, empeñados en montar una improbable Fedra, hay cuernos, sexo, mala uva, dinero, amistad, armas, alcohol, arrebatos de sinceridad y trampas de órdago. Elementos que llenan la escena ahí donde no hacen falta ripios ni abalorios y confieren un ritmo a la pieza amable y acompasado. Hay una manera de contar natural, precisa, sin picos ni golpes de efecto al estilo furero, propia del teatro de cómicos (intacto más que recuperado en estas seis manos) que imprime en el espectador una sensación agradable, de disfrute selecto. Como cuando, entre amigos, uno cae en la cuenta de que está manteniendo una conversación próspera y agradable.

La mayor parte del mérito, como no podría ser de otra manera, corresponde a los actores. Pep Cruz está fantástico, tanto en sus desmadres etílicos como en sus registros más graves, aunque especialmente en la transición de una a otra orilla. Noël Olivé asume el papel más complejo de los tres y lo resuelve con oficio y soltura, especialmente en un monólogo bordado frente al espejo, hilarante y muy difícil. Jordi Coromina se hace cargo de los extremos, y evita caer en la parodia donde no hace falta. Su interpretación del Tenorio vestido de policía es de un surrealismo notorio.

Pero lo mejor es la noción de ritual que esta Cómica vida encierra, como un espacio donde la realidad significa con una veracidad asombrosa, desde un papelillo que cae a un actor que se cambia en las últimas butacas. Bravo y que dure.

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