Cultura

Lo huidizo en la roca

  • Tribanda continúa su apuesta por el mudo editando 'Cabiria', el clásico de Pastrone en el que participara D'Annunzio

En la historia del cine universal, Cabiria (1914) de Giovanni Pastrone siempre ha sido un jalón significativo y básico en la descripción de la singladura que protagonizaba la máquina, el invento científico, a la búsqueda de su esencia narrativa y espectacular. Así, Cabiria, la que impresionara al padre del cine norteamericano, Griffith, a quien le susurrara por dónde tirar en sus siguientes El nacimiento de una nación e Intolerancia, resumiría la aportación italiana, en el género seudohistórico d'art, a la zigzagueante pero paulatina constitución de la gramática del lenguaje cinematográfico; empuje pragmático, acostumbrando al espectador a una mayor atención al movimiento dentro y entre los planos, y expresivo, logrando que la cámara se permitiese elegantes y leves movimientos oblicuos que rompían con el inmovilista cuadro mudo, centrípeto, autosuficiente y con múltiples zonas erógenas. Claro que casi nadie había visto Cabiria, pocos estaban dispuestos a admitir la excepcionalidad de la estética de Griffith y sólo un puñado ponía en duda la natural inclinación del cine a narrar y a hacerlo de una única y codificada manera. Pasado el tiempo, habiendo mutado el cine y el pensamiento en torno a él, Cabiria impresiona por otros motivos, y desde luego no sólo por el desplazamiento de una cámara que, aun así, se movía mucho menos que la de algunos operadores de Lumière antes de que el siglo XIX se agotara.

Cabiria ha terminado siendo la película más famosa de Pastrone, un joven de breve pero intensa carrera en la naciente industria del cine en Italia que desde la Itala Film intentó, como ocurría en otros países europeos, ampliar la recepción de los títulos de su compañía mediante una documentación más rigurosa, la inversión de mayores capitales y la imbricación de los guiones en la alta y respetable cultura nacional: el cumplimiento de este último requisito fue el que introdujo en el proyecto a Gabrielle D'Annunzio, gloria de las letras que no tenía al cine en especial estima y que asumió la paternidad artística del filme siendo sólo el autor de unos intertítulos floridos y retóricos que no han dejado de envejecer desde tan tempranas fechas. Y si desbrozamos el celuloide de tópicos fílmicos y literarios, de dudosas invenciones narrativas y deudas coyunturales, descubrimos ese otro filme bajo el oropel y la suntuosidad, uno en el que el espacio fílmico se estira por la irrupción de las masas y la monumentalidad de los decorados y donde lo que de verdad se agarra a las retinas son sus pasajes más fantasmagóricos, los más cercanos a la atracción primitiva y a una concepción del cine ajena a la cámara oscura, al relato y a la progresión dramática, es decir, aquellos que más turban las expectativas sensoriales del espectador, entonces reclamado en tanto ojo (visión) y mano (tacto): es así como se explica la potencia de la secuencia en la que la flota arde tras ser quemada por el artilugio de Arquímedes, o la que tiene a Aníbal y a su ejército cruzando los Alpes. Aún más claro: no hay nada que emocione más en el clásico mastodóntico que el registro leve de algunas palomas que revolotean entre catástrofes y pasiones.

Director Giovanni Pastrone. Con Lidia Quaranta, Italia Almirante Manzini, Umberto Mozzato, Bartolomeo Pagano. Tribanda.

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