En plena oleada de odiópatas, feas nubes han vuelto a posarse sobre el acento de los andaluces. Una diversión mesetaria muy prehistórica pero que, como todo lo anquilosado, se alimenta de vanagloriarse de su propia estupidez. Me pregunto si mofarse de nuestra habla les divierte o solo es una herencia más, como las joyas, la posición social o la estulticia.

No perderé el tiempo pintándoles la cara porque la ignorancia (tanto en su acepción de no hacer caso como en la de cualidad de ignorante) hace los mejores retratos. Tampoco explicando en qué consisten los dialectos ni recitando la lista de los Machado, Bécquer o Juan Ramón Jiménez, que esa defensa también es propia de abogados en desuso. Además, un sabio no dedica un solo segundo a rebatir falacias sin fundamento.

Lo que sí me llama la atención es por qué el acento andaluz duele tanto. Nunca he oído esas mismas mofas de los canarios o los extremeños, que comparten algunos rasgos de nuestra singular pronunciación. Tampoco comprendo por qué les hace tanta gracia si el contenido es un chiste y les escuece el oído en un escaño del parlamento, cuando lo entienden por igual. Como si el acento andaluz fuera un amante: uf, cómo te mueves en la cama, pero no me saludes en la calle. Jamás tendrá autoridad sobre mí quien ordene a las personas según el número de eses que pronuncie.

Por mi profesión, y por bastante prurito personal, este malagueño que escribe procura estar al tanto de todas las actualizaciones del diccionario. Al mismo tiempo, en mi fortuna de haber podido participar en radios y televisiones de distintos puntos de la geografía, nunca he necesitado forzar la pronunciación ni añadir ninguna ese que no me apeteciera decir para hacerme entender. Porque me encanta esta manera tan nuestra. Me encanta que Manu Sánchez hable igual contando un monólogo que demostrando el acervo cultural que se esconde en su ceceo. Y cómo recita Sergio Lanzas con su orgullosa zeta del Puerto de la Torre. Me encanta que a los actores el acento que más trabajo les cueste impostar sea el de nuestra tierra. Me encanta que el carnaval cada vez sea más reconocido como un arte mayor. Me encanta que nuestro acento refleje tanto enriquecimiento cultural: musulmanes, fenicios, tartessos, cartagineses…

Y me encanta lo que vi, en plena tormenta de iletrados vomitando sandeces, en la televisión pública, la de todos, a través del Ministerio del Tiempo, la mejor serie que hizo jamás: la pluma de Lorca, en la garganta mágica de Camarón, se hizo viral como icono de la cultura. Los queridos paisanos de todas las regiones celebraron su victoria ante los que lo asesinaron, sin percatarse del acento con que lo decía. Nosotros, como nuestro adorado poeta fuenterino, ganamos. Ellos no.

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