Si descontamos los algo más de once millones de votantes del bloque de las derechas, me atrevería a afirmar que el resto de los españoles respiramos aliviados la noche del 28A. Había verdadero temor a que el ejercito de la noche se hiciese con el Trono de Hierro, que diría Pablo Iglesias. Y es que en esta campaña todo ha sido desmedido. Como lo ha sido la derrota del PP. Tan cruel que ni el dulce recuerdo del pacto andaluz lo atenúa. Ahora se confirma que aquello fue un caramelo envenenado. Resulta un sarcasmo que Moreno, que preside el gobierno andaluz gracias a su acuerdo con Vox, ahora critique el giro derechista de Casado. Otros, con menos desahogo que Juanma, también lo hacen. Aunque, muy probablemente, de haber girado hacia el centro las cosas no habrían sido distintas. El problema de los populares no es estratégico, es de desgaste: no querer hacer frente a la corrupción, no tener una respuesta que no sonase cínica ante el malestar de sus electores. Fue la sentencia del Gürtel la que hizo posible el voto de censura y la irresistible ascensión de Pedro Sánchez. La causa de que desde 2011 el PP haya perdido más votos que los obtenidos el 28 A. Tampoco les falta razón a los pocos populares que, defendiendo a el giro a la derecha de Casado, argumentan que la derechización no ha impedido a Rivera robarles casi millón y medio de votos. Lo cierto es que el pacto andaluz, que tan feliz hizo en su día a las tres derechas, ahora ha funcionado como un bumerán movilizando y aglutinando el electorado progresista. Aunque, no es menos cierto, que la fórmula andaluza podría reactivarse tras las municipales y autonómicas del próximo 26.

Ganas no faltan. El pasado lunes me sorprendió oír a una desabrida Inés Arrimada repitiendo en una entrevista los mismos insidiosos argumentos de campaña contra Sánchez y el PSOE. Como si no le hubiera dado tiempo a resetearse tras la noche electoral. Lo cierto es que fuera del contexto bronco de la campaña, con sus tosquedades argumentales, su discurso evoca el utilizado por el nacionalismo catalán: como si de tanto combatirlo hubiese acabado mimetizándolo. Según C´s todos los que no pensamos como ellos somos malos españoles, filoetarras, proindependentistas, vende patrias, etc. De la misma forma que para el independentismo catalán los que no estén con ellos son malos catalanes, franquistas…. además de cerdos, según la laureada Gispert. Debo reconocer que Arrimadas no llegó tan lejos.

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