Solo creo en el matrimonio como método de amparo legal para la familia y como un día festivo en el que celebrar junto a tus personas preferidas (yo elegí esta última fórmula y a mucha honra). El amor, una relación, nada tienen que ver con el antediluviano estamento religioso ni el anquilosado modus vivendi de hace unas décadas. Ni un cura, ni un concejal, ni las costumbres políticas son quienes deben dar permiso a dos personas para amarse, ni decirles cómo hacerlo. Cuánto error en tener que esperar al matrimonio para convivir o para practicar sexo. Casarse sin ese simulacro de realidad fue un desatino de nuestras generaciones previas que obligaron a la ley del divorcio y nos dejaron como pan de cada día multitud de hogares desestructurados y reformulados modelos de familia. Las leyes del amor van mucho más allá. Porque un anillo no garantiza fidelidad o durabilidad. Las leyes del amor son complejas e indescifrables, necesitaríamos varios artículos para hablar de ello. Pero sobre todo, son un examen diario. No puede existir largo plazo en el amor si se obvia que cada día es una propia vida. Que donde hay que volcarse es en el hoy, no en un futuro que no sabemos si existirá.

Así que mejor nada de promesas de para toda la vida, que prometer se define desde la obligación. Mejor elegir a esa persona a diario. Mejor que pedirse en matrimonio es darse en patrimonio. Hacer un buen patrimonio de besos, sin que nadie nos diga que ya podemos besar a la otra persona. Para qué solo una luna de miel pudiendo amarse también bajo un sol de sal, o unas estrellas de plata. Para qué verse de blanco o traje más guapos que nunca con lo bien que maridan dos cuerpos que se quieren sin ropa. Para qué meses organizando un evento que uno enfoca como el día más feliz de su vida pudiendo coleccionar un hoy y otro hoy con la sensación de haber disfrutado de la vida más feliz de ese día. Quién necesita un banquete nupcial pudiendo compartir a diario pan, peces, agua y vino. Así que sí: mejor darse en ese patrimonio y llevarse todo ello a la otra vida cuando se acabe, porque habrás acumulado tanta vida que será imposible sentirte muerto.

Si has encontrado a una persona con la que valga la pena desnudarse (por dentro y por fuera), amar sin dejar de ser tú y con la que no establezcas más compromiso que el de elegir libremente quererla, sin pedirle a cambio nada más que la sinceridad de sus sentimientos, entonces anímate a querer hacer todo con ella. A conjugar todos los verbos posibles sin promesas de futuro, con certezas de hoy. Cánsate conmigo, dile. Porque de eso va, de disfrutar de un sentimiento que no sabes cuánto durará, pero ahí queda la bendita paradoja: seguramente esa actitud de vivir el amor como solo un día sea el responsable de que mañana tengas la oportunidad de otro.

Y no solo le digas cánsate conmigo, cánsate de verdad. No te lleves a la cama deudas ni espinas clavadas, solo un cuerpo exhausto de vivir con esa persona. No se trata de ir a por todo lo que hay ahí fuera, sino no dejarse nada dentro en cada cosa que hagas con ella. Cambiar el sí, quiero para toda la vida por querer un sí a diario.

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