Comencemos con cosas muy sencillas: ninguno de los anteriores presidentes, incluido Pedro Sánchez en la legislatura recién concluida, lo fueron por ser candidatos de la lista más votada, sino por conseguir el apoyo parlamentario necesario para la investidura. La prueba de que se puede ser presidente perdiendo las elecciones la tiene muy cerca el señor Núñez Feijoó, los máximos referentes de las dos almas opuestas de su partido, Moreno Bonilla y Díaz Ayuso, consiguieron legítimamente ser investidos presidentes de sus comunidades habiendo perdido las elecciones. Somos una monarquía parlamentaria y la forma de elección del presidente del gobierno está regulada por nuestra Constitución.

Se comprende la frustración del PP y de su candidato, no tanto por la insuficiencia del resultado, como por la certeza demoscópica de que tocarían el cielo de los 9 millones de votos que le permitiría gobernar. Las causas de la amarga victoria han sido analizadas hasta la saciedad, la campaña ha sido un desastre, la furia antisanchista ha movilizado tanto a su electorado, como al de la izquierda. Contra lo pronosticado, el equilibrio entre bloques no se ha alterado y con más de un 70% de participación, pese al calor inclemente, el margen de sorpresa quedaba reducido: la pulsión de cambio que parecía imparable tras el 28M, resultó engañosa.

El mérito de la izquierda, del PSOE y de Pedro Sánchez en particular, es haberla frenado. No debería sorprender: los buenos datos económicos, el récord de la cifra de empleo, la gestión de la pandemia y de la guerra, nuestro protagonismo en Europa, etc. Y todo ello a pesar de haber sufrido un constante proceso de deslegitimación y un clima político irrespirable en el que gobierno y su presidente quedaban reducidos a enemigos que había que destruir. Convencidos del éxito de su infame campaña, redujeron su programa a derogar el sanchismo y a cantar que te vote un asesino en serie. Demasiado odio para el estómago del votante moderado.

El problema de la derecha política, mediática e intelectual es que sólo aceptan la España que les cabe en la cabeza. Negando la pluralidad de la realidad social y territorial, se quedan sin interlocutores ante una situación tan difícil como la dejada por las urnas. Las posibilidades de Sánchez, con más margen de maniobra, son pocas y limitadas. Tener que volver a las urnas sería un fracaso, pero para evitarlo habría que cuadrar el círculo.

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