Define la RAE el término cazcalear como "andar de una parte a otra fingiendo hacer algo útil". María Moliner, como suele, afina un poco más y propone esta acepción, similar a la de zascandilear: "Moverse mucho, como quien está muy ocupado, sin hacer nada de provecho". Y apunta a la posibilidad de que la voz provenga de cascar o cáscara, "en relación con la idea de meter ruido en vano". Con lo que el Much ado about nothing shakespeareano bien podría haber adoptado el título Cazcaleando, al cabo mucho más beckettiano. Lo bueno de la cuestión es que todo el mundo tiene en la cabeza, seguro, a alguien a quien lo de cazcalear se le da divinamente. Y no crean que es sencillo: el cazcaleo es un arte preciso, esmerado y merecedor de la mayor atención para su más feliz resolución. Ocurre, sin embargo, que hasta para cazcalear es recomendable optar por la elegancia, que António Lobo Antunes considera la forma suprema del coraje. Incluso, quién lo diría, en las situaciones más adversas, en la derrota sin paliativos, en la peste negra, en el despido improcedente, en la conjura de los necios, se puede abrir un margen a la elegancia. Cuando la Junta de Andalucía anunció hace unos días que iba a tomar "medidas drásticas" en Málaga ante el avance del coronavirus para, acto seguido, señalar eventos culturales bien concretos, con sus nombres y apellidos, como chivos expiatorios, incluidos los conciertos organizados por la Orquesta Filarmónica de Málaga en la plaza de toros, difícilmente podría haber actuado con menos elegancia. Un poco a la manera pilatiana de queréis un culpable, aquí tenéis a Barrabás. Y, hombre, no. Los conciertos, como la plana mayor de las actividades culturales y artísticas que se desarrollan actualmente, contaban con todas las medidas de seguridad para impedir cualquier contagio. Es decir, había otros muchos ámbitos a los que señalar con el dedo: en esta adversidad, la cultura se ha revelado como uno de los sectores más seguros. Pero no importa: había que señalar algo. Algo que, ay, no generase polémica.

Cabe sospechar, quién sabe, que a la Junta de Andalucía y a la Dirección de Salud Pública les faltó elegancia porque lo suyo era más un cazcaleo que otra cosa. A ver a qué le podemos meter mano sin hacer mucho ruido: ahí están los culturetas, que obedecerán sin rechistar y así dará la impresión de que nos ocupamos. Luego, bueno, siempre sentará bien una visita de la consejera para recordarnos lo importante que es la cultura para el PIB andaluz y todo eso. Pero si hay que prescindir de algo, aquí lo más prescindible es la cultura. Y eso lo saben en todas partes. Finalmente, la Junta se contentó con ordenar la reducción de los conciertos de la plaza de toros de ochocientas personas a trescientas. En un recinto con capacidad para cinco mil personas, esto no puede interpretarse como una medida de seguridad, sino como un castigo injusto. Al menos, ya que se acaba el verano no hará falta hacer tanta vista gorda en chiringuitos y terrazas. Si cuando nos ponemos drásticos...

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios