Postales desde el filo

Elogio a Jurgen Klop

Todos emitimos opiniones sobre lo divino y lo humano que se replican como gremlins hasta el infinito

Aunque como malaguista me cueste decirlo, admiro a Jürgen Klopp. Hay que reconocer que ese tipo con gorra de beisbol y mal afeitado, como él mismo se ha definido, es muy grande como entrenador, como persona y como personaje. Siempre dice cosas interesantes: hace unos días, al ser preguntado por la crisis del coronavirus, dijo: "Lo que no me gusta es que la opinión de un entrenador de fútbol sea importante para un tema tan serio como éste. No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo. Es como si te pregunto yo a ti: estamos en el mismo lado de las cosas. No es importante lo que diga la gente famosa". Gran respuesta, como lo es también la apelación implícita a que, en un asunto de esta naturaleza, sólo se escuchen las opiniones de las personas expertas y autorizadas para emitir datos u opiniones útiles y fiables. Una lección de sentido común y modestia, virtudes que deberían frecuentar más los creadores de opinión. En las innumerables tertulias políticas abundan personajes firmemente convencidos de tener todas las repuestas sobre cualquier tipo de asunto.

A diferencia de Klopp, son una tropa de arrogantes opinadores que, convencidos de su superioridad intelectual y moral, atacan con "demoledores argumentos" cualquier actuación política de los que tienen que tomar las decisiones. Cuando los oigo perorar tan llenos de certezas pienso que el mundo sería perfecto si los tertuliano estuviesen en el gobierno y los ministros en las tertulias. Pero, como no cabíamos en casa, ahora todos emitimos opiniones sobre lo divino y lo humano que se replican como gremlins hasta el infinito por las malditas redes sociales. Las de más éxito estos días son las que apelan a las teorías conspirativas para explicar la "fabricación" del coronavirus. Pero, por mucho que nuestros dislates viajen a la velocidad de la luz por las redes, en realidad se trata de algo tan viejo y atávico como el mundo: hubo un tiempo en que los opinadores sostenían que las pandemias las provocaba la ira de Dios que se combatían con rezos y sacando los santos en procesión con penitentes azotándose, pidiendo ser perdonados. O en la antigüedad, cuando exigían calmar la furia de los dioses con sacrificios humanos. Siempre hemos inventado explicaciones a lo desconocido. Ahora, muerto Dios, tenemos la CIA o al mismísimo presidente Trump, que encaja a la perfección en el papel del malvado Joker que gobierna el mundo desde el Despacho Oval.

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