
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Saber irse
La tribuna
HACE más de dos años que lo escuché por primera vez y sigue teniendo vigencia. Sigue llegándome susurrado, a veces con el viento; otras como respuesta de una madre a su hijo cuando me ve pasar, cabizbajo y taciturno: -¿Qué le pasa, mamá? -Pertenece a la generación perdida. No se trata, lamentablemente, de un grupo de pensadores o literatos con alguna característica común, sino de toda una generación que, por haber tenido la suerte de que la crisis económica coincida con su momento de floración -finalización de estudios universitarios, ingreso en el mundo laboral-, se han visto abocados al paro y a la carencia de oportunidades.
Somos un aborto, los daños colaterales de la quimioterapia aplicada para erradicar la crisis: las vomitonas, la palidez del rostro, los cabellos atascando el sumidero. Perdidos por consenso general, más vale centrarse en las próximas hornadas de universitarios. Se dice: -Los recién licenciados que se hagan las Américas, que es una cosa muy enriquecedora y que curte mucho. Haría algún comentario sobre eso que he oído acerca de la preocupación por el "éxodo de talentos" que parece abrumar a nuestros políticos, pero el humor negro no me llega hasta el lunes.
Me contaron en Estambul que a las visitas indeseadas se les sirve el té frío. Aquí, que no somos de té, supongo que el gesto es equivalente al desdén, casi al cachondeo, que acompaña la entrega de cualquier currículum. Pedir trabajo se está convirtiendo en una falta de educación: -Perdone mis modales, pero quería dejarle mi currículum, como verá tengo una licenciatura, tres másteres y un doctorado, disculpe de verdad, no es mi intención ofenderle. Circunstancias como la anterior nos desconciertan, a nosotros, a los de la generación perdida hasta el punto de tener que preguntarnos: ¿estamos realmente vivos o no somos más que fantasmas obstinados?
Respiramos, según parece, sutilmente orgánicos aunque quietos, intentando recobrar la actividad igual que el accidentado, aislados por una sociedad que nos escupe como a la pipa amarga. A fuerza de insistir, he llegado a pensar que mis correligionarios estaban muertos realmente y vagábamos por el mundo sin querernos dar cuenta del todo. Lo alarmante es que, en contra de lo que mi estado exigiría, me sigue creciendo el pelo, se me puebla la barba, me sigue entrando hambre a media mañana y es doloroso. No quiero ser un muerto haciendo las veces de un vivo.
Un factor definitorio en lo que al muerto se refiere, es que no tiene nada que perder; el conservadurismo, por tanto, no es una opción. No le puedes pedir, por ejemplo, que se siente sobre su ataúd a hacer cuentas con los dedos. Así, tanto el 15-M como el actual auge de Podemos, en sus ansias de transformación, son consecuencias tan lógicas de la coyuntura económica y política como la almendra lo es del almendro. Podríamos decir que los muertos se han congregado y formado una horda. Lo que en el marzo aquel fueron amagos de falansterios, comunas remolacheras y performances de vanguardismo ajado, aquí se ha vuelto un movimiento civil y político que va ganando adeptos conforme pasan los días. No se trata, como algunos analistas apuntan, de una feliz coincidencia de difusión; Podemos no es un vídeo viral. Se trata, más bien, de la respuesta lógica de todos estos cadáveres a los que aún les quedan decenios para recibir sepultura -algo tendremos que hacer mientras-. ¿De verdad creían que se pudiera sentenciar a toda una generación y esperar que nadie se despeine? ¿Acaso pretendían que los propios ajusticiados facilitaran sus huesos para apuntalar un sistema que les desprecia o que es incapaz de acogerlos? Podemos, como el calor, es natural, más aún en estos prolegómenos del verano.
No quiero llevarles a error. En primer lugar, no culpo a la generación de mis padres de esta situación, sería un veredicto aleatorio y poco exhaustivo, más fruto del rencor ciego que de la reflexión. Tampoco rompo una lanza a favor de Podemos, pues creo que se trata de un partido personalista, con un ideario añejo e irresponsable, potencialmente dictatorial además de iluso -e iluso no del tipo utopía, sino del tipo "hay que exigir al gobierno que limpie las playas de arena"-. Lo que pretendo decir es que, pese a sus muchas majaderías, el partido de Iglesias ni es flor de un día ni una coincidencia afortunada, sino la respuesta tajante de una juventud a la que dan por muerta, quizás con demasiada premura. No se puede vivir en un país que te sirve el té frío. Quedan, por lo tanto, dos opciones: hacerse las Américas o cambiar el país. Es natural que la juventud de España, la que queda, vote a Podemos; es natural como la vida misma, que diría con cierta nostalgia un muerto.
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