Gomas de borrar

Que se ahorren las flores y los golpes de pecho, aquellos que, por acción u omisión, están usando la goma de borrar la verdad

Qué fascinación nos provocan las gomas de borrar. Casi todos los viejunos guardamos un ejemplar de aquellas llamadas “de nata” de la marca Milán, que olíamos con codicia y que aún mantienen melancólicos efluvios. Y qué decir de las que compramos en los museos: Las últimas, hace pocos días en el Gulbenkian de Lisboa, para las niñas de mi familia gustaron por la forma –un hipopótamo– pero causaron perplejidad, porque ahora los lápices y hasta los rotuladores se borran solos. Debe ser esa capacidad de abolición lo que nos provoca esa sensación de humilde poder, de crear a partir de cero sin ese a lo hecho pecho tan incómodo. Hablo de “nivel usuario”, claro, porque las grandes dictaduras, ergo los grandes dictadores, han usado con profusión el típex ideológico para cambiar el pasado y acoplarlo a la realidad deseada. Ver una exposición de la Gloriosa Revolución de Octubre de 1917 sin Trotsky o comprobar el hueco incomprensible que deja en las fotos la mitad del comité central del partido comunista chino, conforme Mao se iba enemistando con ellos, provoca chanza si no supiéramos que sólo la absoluta sumisión libra de ese borrado. El ostracismo y el silencio son siempre el genocidio de la memoria . Ya nos dijo Hanna Arendt que los totalitarismos, aparte de la represión brutal, usan maneras sutiles de irse haciendo inevitables. Estos días he ido alternando la lectura del último libro de Guillermo Altares con la despedida de quien fue su amigo-hermano, el reportero sin pelos en la lengua Ramón Lobo, que es quien lo recomendó urbi et orbe. Habla Altares de cuándo y cómo Europa ha puesto en peligro el mejor de sus inventos: la democracia, desde Alejandro Magno a Meloni, del asesinato de Cicerón a las persecuciones, pogromos y campos de exterminio del siglo XX. Los silencios de la libertad no es el único trabajo de este periodista trufado de citas de historiadores e investigadores de la memoria. Tenemos una extraordinaria plantilla de historiadores brillantes, la lista es larga también en Andalucía, cada uno en su campo: Miguel Ángel del Arco, Leandro Álvarez Rey, Fernando Martínez, Encarna Lemus, Salvador Cruz, Alberto Carrillo o Carlos Arenas. Juan Ortiz Villalba fue uno de los primeros, cuando aún era difícil –y mira que sigue habiendo obstáculos– llegar a los archivos, en su rigurosa crónica de la Sevilla del 36. A un profesor de Málaga le debemos el rescate de las fotografías que el canadiense Bethune hizo de la Desbandá, la Gernika andaluza. Profesionales que en su mayoría han colaborado con el Centro de Estudios andaluces, esa institución que creó Blas Infante para saber más de nuestra realidad y nuestra Historia. Esta semana, el día diez se cumplirán 87 años de su asesinato. Que se ahorren las flores y los golpes de pecho algunos, aquellos que, por acción u omisión, están usando la goma de borrar la verdad.

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