Gritos y Silencios

La corrección y el buen hacer, una vez más, han quedado opacados por la estridencia y el mal gusto

Que el vicepresidente Pablo Iglesias llamara a la diputada Álvarez de Toledo señora marquesa era algo innecesario, ni aportaba nada al debate ni mejoraba la dialéctica parlamentaria. Era un recurso tan vulgar y fácil que difícilmente podía considerarse meritorio. La réplica de la portavoz del PP llamando al dirigente de Podemos hijo de terrorista es simplemente una ofensa injuriosa que se hace alevosamente, abusando de la inmunidad parlamentaria y llevando el debate político al nivel más bajo posible. Pero uno y otra consiguieron convertirse en la noticia política de la jornada, que era lo que pretendían. Porque no hubo ningún medio de comunicación que no diera un lugar preferente a este rifirrafe parlamentario y esta actitud vocinglera se convirtió en el elemento obligatorio de comentaristas y analistas, que en un cómodo ejercicio de generalización y equidistancia, criticaron a toda la clase política porque, en vez de preocuparse de los problemas de la sociedad española, se dedican al insulto y la descalificación.

Habría que advertir que este lamentable incidente y los que le han seguido no son toda la actividad política ni sus protagonistas representan a todos los actores de la vida pública, por lo que esta crítica además de injusta es falsa. El ruido, como casi siempre, ha conseguido ocultar los silencios y la corrección y el buen hacer, una vez más, han quedado opacados por la estridencia y el mal gusto. Tanto griterío no debería ocultar comportamientos serios y respetuosos a los que hemos asistido en este tiempo de coronavirus. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, y su colaborador Fernando Simón están siendo un ejemplo de ello. Podrán tener aciertos o errores en su gestión y la ciudadanía podrá valorar mejor o peor su trabajo, pero no debería haber mucha discusión para estimar su actitud como correcta y respetuosa. Han sido innumerables las ruedas de prensa y comparecencias parlamentarias en las que han tenido que explicar la evolución de la pandemia y cuando su trabajo ha sido cuestionado por representantes de partidos políticos de la oposición o por representantes de gobiernos autonómicos, a veces con escaso sentido de la cortesía y la educación, han conseguido evitar la tentación del enfrentamiento dialéctico y en todas sus intervenciones han eludido entrar en descalificaciones y polémicas. Ellos también son clase política y responsables públicos y al menos se merecen que no se les confunda con el griterío que algunos tratan de imponer.

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