Soy del tiempo de la Guerra Fría, la época en la que el mundo parecía al borde del abismo nuclear, aunque en nuestro país la vivimos a nuestra manera: mientras el territorio español era utilizado en la defensa del Occidente liberal, los españoles vivíamos bajo la dictadura. A cambio de albergar sus bases militares, el presidente Eisenhower, líder del mundo libre, recorrió la Gran Vía en coche descubierto, saludando a la multitud con el dictador a su lado. Algo que en cierta medida puede explicar el marcado antiatlantismo de la izquierda española. Lo que no explica es que el déspota Putin, que encarcela y envenena a sus opositores, el macho alfa, homófobo hasta la histeria, que odia la democracia, tenga entre nosotros tantos seguidores a derecha e izquierda. Se entiende que sea para Abascal el modelo a seguir, pero sus admiradores de la izquierda deberían hacérselo mirar. Este regreso de la Guerra Fría no sabemos si acabará en tragedia o en farsa. A diferencia de entonces, los españoles formamos parte de la defensa occidental, estamos integrados en sus estructuras políticas y militares. Por lo tanto, ésta es también nuestra Guerra Fría y no podemos actuar como si no fuera con nosotros. Se trata de lealtad entre aliados y de la defensa de valores que compartimos y que ahora están en serio peligro. Como dice Ivan Krastev, en La luz que se apaga, tras la caída del muro de Berlín y su triunfo sobre el comunismo, la democracia liberal se convertía en el único modelo que todos tenían que imitar. Treinta años después, sostiene el politólogo búlgaro, en el antiguo bloque comunista la era de la imitación liberal ha terminado y la era de la imitación iliberal no ha hecho más que empezar. Si la UE era el modelo universal que irradiaría a todo los que la rodeaban, ahora se trata de evitar que los que están alrededor nos transformen a nosotros. En ese contexto político se desarrolla el conflicto ucraniano. No podemos olvidar que en 1989 se produjeron dos acontecimientos de signo opuesto: la

caída del muro que puso fin a la Guerra Fría -probablemente el momento mayor esperanza en Europa- y la masacre de la plaza Tiananmén (la puerta de la paz celestial, irónicamente), con la que el régimen chino clausuró de forma sangrienta todo atisbo de reforma democratizadora. Ambos acontecimientos han influido de forma decisiva en las décadas siguientes. Mientras la dictadura China disputa la hegemonía mundial a USA, el fin de la Historia está aún por llegar.

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