Adoña Rosita le resulta difícil ignorar las consecuencias de cualquier acto y no volver sobre sus pasos desde que fuera alumna de un discípulo del sabio Sisebuto. Por eso volvió a la manzana del Astoria tres meses después de ver sobre sus leprosas paredes las ideas del concurso del que debía salir la idea genial y autofinanciable para la que se compró. Como era mujer informada que dedica las mañanas a la lectura de la prensa local y ver el programa de Ana Rosa, sabía tanto de las propuesta que estudiaba el Ayuntamiento como de los nuevos desprendimientos, así que se acercó con la cautela que sólo proporciona la edad cuando se acerca a la esperanza de vida.

Fue al desembocar en la plaza de la Merced por calle Granada cuando una visión sideral detuvo su paso firme de mujer moderna hecha en tiempos antiguos. De repente, la imagen que se presentó ante sus ojos, cual proyección catódica de un alienígena ebrio, resumió en un único fotograma el problema y la solución del problema urbanístico más recurrente de Málaga. Bajo la atenta mirada de un marcianito que degustaba una cerveza mientras miraba hacia otro lado para no ser testigo del expolio de los paneles del concurso redentor, siete contendores de basura vertían las micciones de la eterna ingesta de la urbe sobre una solería de más de ciento veinte euros el metro cuadrado. Doña Rosita, que además de culta es limpia como una patena, tuvo una visión. Vio el Astoria como un Punto Limpio. Como uno de esos sitios en los que concentramos la mugre para su posterior tratamiento. Su baja altura permitiría contemplar Gibralfaro sin obstáculos mientras albergaría otros setenta contendores más de basura en los que tirar los paneles todos los concursos habidos y por haber. Aplacado en piedras ocres y negras importadas de la China capuchina, establecería un diálogo de transición entre los muros del castillo y la solería de la plaza.

Doña Rosita volvió sobre sus pasos para reconsiderar su propuesta. En la esquina del edificio había aterrizado un Invader cuyo valor puede ser mayor que el del Palacio del Obispo y seguro que más que el edificio que lo soporta. La demolición se le antojó imposible desde el momento en el que el Ayuntamiento ha decidido esperar para retirar los mosaicos a que el inspector Clouseau descubra quién los puso. Próximos a que finalice la concesión, en los Baños de Carmen ya estudian organizar una exposición permanente.

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