De las últimas canciones con letra honesta y genuina que me han removido, una de ellas lo ha hecho desde bien cerca. Lleva la firma del Kanka, nuestro rapsoda del Parque Mediterráneo. Autorretrato se llama, un desnudo integral de sus miserias y miedos con tintes nihilistas y autoterapéuticos. Aunque con el asterisco de olvidar algunas de sus múltiples virtudes, entre rimas absurdas y letras banales y autotuneadas se agradece que alguien agarre la guitarra para bucear dentro de sí y abrirse en canal. La música debe ser eso, un sendero de doble sentido hacia ti y hacia el mundo.

Echo de menos que la gente se exprese con honestidad y autopercepción. La gran ironía es que en este mundo cada vez más egoísta hablamos menos de nosotros mismos. Pedimos consejos a amigos, nos ponemos en manos de terapeutas (esto es genial, seguid haciéndolo), seguimos perfiles de Instagram con consejos de salud emocional, llenamos las paredes de casa de vinilos con impostados mensajes vitalistas, le preguntamos a las cartas del tarot y hasta le hacemos caso a la frase de algún azucarillo que otro. La cuestión es: ¿cuántas veces al día charlas contigo mismo?

Estamos bombardeados continuamente por mensajes, pero nos falta el nuestro. No nos importa compartir un selfie, aunque nos da miedo asomarnos al espejo, porque él no siempre nos da un like. Tenemos diagnóstico y tratamiento para los miedos ajenos, aunque el nuestro se nos da fatal gestionarlo. Leemos cada vez más sobre psicología, sin embargo no somos capaces de detectarnos las heridas que marcan el comportamiento propio.

Y por si fuera poco, el buenismo que se ha empadronado en nuestro día a día nos va pegando etiquetas de egocéntricos, descarados o engreídos, porque el pipí tiene que estar siempre dentro del tiesto. El lenguaje debe ser un traje a la medida de cada uno, no un uniforme que imponer por ese miedo a ofender que ha invadido, cual mosca cojonera, nuestras conversaciones.

Pero la suerte es que durante bastantes ratos al día solo hay que convivir con uno mismo. Y ahí es donde aconsejo el sanísimo ejercicio del monólogo. Y no interior, sino exterior. Verbalizarse ante uno mismo. Decirte lo guapo que eres frente al espejo, y hacerlo aunque no lo seas mucho, porque si te lo crees, la sociedad lo creerá también. Hay que regar las plantas, pero también el ego (¡Ojo! Regarlo, no empapuzarlo).

Por eso, desde este ojopatio virtual y de papel, doy ejemplo para que mis vecinos de lectura se animen y se contagien. Porque aquí donde me leéis, me encanta mi cara, esa donde un día solo veía sus cinco cicatrices. Me encantan su media sonrisa, el color de sus ojos y esa auténtica habilidad para transmitir la sensación que me domina en ese momento. Me encanta mi relación con el lenguaje, cómo lo uso, cómo lo experimento, cómo me cura y me divierte. Me encanta mi colección de chistes malos, mi capacidad para reciclar expresiones y convertirlas en brillantes juegos de palabras. Me encantan mi empatía y mi capacidad de observación, que me permiten conectar con la gente, comprenderla, y ayudarla sin juzgarla y dándole consejos provechosos. Me encantan mi habilidad para enseñar sin darme cuenta y mi humildad para no ocultar todo lo que no sé. Me encanta saber adaptarme a distintos entornos sociales, sorprender con comentarios o actos inesperados y lo encantadoramente desastrito que soy para las misiones más fáciles. Me encanta lo creativo que soy y los regalos tan originales que me curro…

Como el Kanka, "soy lo mejor que puedo". Y aunque no manejo bien la guitarra, me lo canto a diario. Y esto que acabo de hacer yo, debería ser tu prospecto vital. Al menos, una vez cada 24 horas.

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