Ligeros de equipaje

El que ha hecho un desplazamiento familiar admite que, si el saber no ocupa lugar, los niños son colonialistas por definición

Resulta que al final es el Mercado el que ha venido a darle la razón a Antonio Machado. Mira que lo machacamos con ahínco, citando sus versos y aforismos especialmente en tiempos de contienda electoral. El célebre cuadro de Goya de los garrotazos y las dos Españas que dan la bienvenida helando el corazón al españolito recién aterrizado, no caducan. Nunca nos falla el maestro sevillano, con esa obstinación de eternidad que tiene la poesía, la literatura que menos se lee y sin embargo menos se olvida. Aunque, de entre todas los pensamientos de Machado, habrá que reconocer que se lleva la palma el testamento del poeta en su último viaje: “Ligero de equipaje como los hijos de la mar”. Si nos hubiéramos metido un chupito entre pecho y espalda cada vez que lo dijimos, no tendríamos hígado ya. Qué bello. Y qué falso. Que me perdone el poeta, pero cómo se nota que pasó media vida de single. Cualquiera que haya hecho un desplazamiento familiar admite que si el saber no ocupa lugar (otro día desmonto ese otro bulo) los niños son colonialistas por definición. No hay rival pequeño en el fútbol, ni coche suficientemente grande cuando se está criando. Se han escrito enciclopedias –ríos de tinta, por seguir con la lírica– sobre cómo afrontar la paternidad y maternidad, con decenas de consejos que lo mismo te advierten sobre las deposiciones rarunas del vástago que acerca del necesario consenso entre progenitores a la hora de dormirlos. Para todo hay una buena advertencia, menos para la cuestión del espacio. Hasta para darle la vuelta a la manzana hace falta más avituallamiento que una expedición al Polo Norte. Es conmovedor contemplar a una familia mientras pasa los controles de un aeropuerto, descalzos los adultos por si llevan, además de los tres biberones, los cinco chupetes y los pañales inteligentes, un kaláshnikov en el tacón. Ayuda mucho para estimular el ascetismo viajero la cicatería de los vuelos low cost. Ellos sí han leído los versos de Machado. Últimamente hasta una minúscula maleta se cobra como si fuera el baúl de la Piquer y llevara escolta incorporada. Si el ya mísero cliente se atiene a la tarifa básica, habrá de conformarse con una muda y el cepillo de dientes. Mi amigo el museólogo Santiago Campuzano es capaz de meter un traje de chaqueta en su mochila y aparecer impecable en un estreno en la Monnaie. Claro que en su caso no hay peligro de pota en el babero. Los que no somos Gudinis ni Marie Kondo antes de la maternidad, nos vemos obligados a ir añadiendo pluses al precio original y terminar pagando como si voláramos en primera bebiendo a morro Mohet Chand on. ¿He dicho morro? No se me malinterprete. Lo que algunos malpensados tomarían por abuso salvaje de las aerolíneas, presuntamente baratas, es un emocionado y literal homenaje a Machado. Pura poesía. ¿Quién dijo que el mercado no tiene corazón?

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