Daba el otro día el alcalde por finiquitado el eje estratégico Málaga-Sevilla y recordaba uno esas veces en que alguien viene a anunciarte la muerte de otro alguien a quien creías en el otro barrio desde hacía ya tiempo. El mismo Francisco de la Torre admitía que, lo que es servir, la alianza no ha servido de mucho, lo que no deja de ser una pena dada las posibilidades de desarrollo económico, crecimiento estructural y posicionamiento cultural que la vinculación de las ciudades parecía prometer a nivel andaluz: en un mapa político nacional donde las comunidades del norte acaparan la mayor parte de las inversiones y de la representación parlamentaria, hasta el punto de que algunas de estas comunidades quieren perder de vista de una vez por todas a las del sur (según la vieja regla de que al rico le perturba la mera existencia del pobre), tal vez el eje al que se refería el alcalde en el Foro Joly hubiese hecho posible una inversión de los polos para un mayor protagonismo andaluz en la toma de decisiones. Culpaba De la Torre del fracaso a los localismos que, por ejemplo, y en su opinión, impidieron que Málaga se hiciese con la Agencia Europa del Medicamento, y acusó explícitamente a Granada de "pegarse un tiro en el pie" por postularse para terminar diluyendo las esperanzas tanto malagueñas como granadinas. Y sí, tenía razón: la política municipal se cierne demasiado en la competencia con el vecino como principal mecanismo electoralista, lo que revela, además de complejos y prejuicios, una profunda falta de cultura democrática en su acepción más firme. En el mismo encuentro, De la Torre volvió a reclamar más competencias para los municipios, convencido de que es en los ámbitos locales donde con más eficacia, agilidad y acierto pueden ponerse en marcha los proyectos necesarios con vistas a retos como el cambio climático; se trata de un argumento recurrente en el ideario político de nuestro alcalde y la evidencia se pone de su parte a cada día que pasa, con una creciente desconfianza hacia los Estados y las estructuras continentales. Pero igual cabría preguntarse si sabemos distinguir los conceptos.

Porque, como bien sabe y explica De la Torre, el localismo es un complejo ciego que se envenena con la prosperidad del otro, mientras que el municipalismo entiende a las ciudades no como células aisladas, sino en red, lo que favorece un reparto de las riquezas más justo, ágil y acertado que el que hoy día proveen otras instancias superiores. Sin embargo, tal vez convendría cierta autocrítica respecto a las ocasiones en que, colgándonos la medalla del municipalismo, hemos actuado o nos hemos pronunciado como verdaderos localistas. Y escribo así, en primera persona del plural, porque intuyo que la línea que divide a ambos es más fina de lo que parece, y aquí quien esté libre de pecado ya sabe lo que le toca. No es descabellado considerar que, con los gobiernos socialistas en la Junta, Málaga ha parecido en los últimos veinte años más localista de lo debido cuando se ha tratado de atizar los agravios, por más que enarbolara la bandera del municipalismo. Así que no estaría mal la invención de otro eje. A ver si éste sí sale.

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