Cuando Bertrand Russell se decidió a dar una respuesta a la afirmación de Leibniz según la cual vivimos en el mejor de los mundos posibles, el pensador británico vino a formular algo así: "Pues hombre, si tú lo dices..." El caso es que Leibniz no hablaba de política, ni de cuestiones morales, ni siquiera de prerrogativas éticas: hablaba de matemáticas. Y aquí Russell, que de lógica y de números también sabía un rato, transigió de algún modo, por más que ni siquiera la asunción de los mundos posibles como una conjetura abstracta le hiciera gracia del todo. Este rollo viene a cuento porque el Consejo Europeo ha decidido aportar 1,2 millones de euros, casi nada, al proyecto que el investigador Juan Miguel Morales está desarrollando en la Universidad de Málaga. El objetivo es, como diría un pedagogo tecnócrata, eminentemente práctico: permitir a los usuarios del mercado eléctrico que se conviertan en agentes con voz y voto en el sector de la energía. Es decir, si los aspectos relacionados con la producción y el consumo de energía eléctrica son de carácter universal, se trata de que quienes pagamos por un consumo pero podríamos contribuir (quién sabe) a la producción lleguemos a decir lo que, seguro, tengamos que decir. Más allá del cotidiano acto de pulsar el interruptor, la energía sigue siendo esa cuestión oscura, arcana, hermética, a la que sólo tienen acceso las empresas y los ministros competentes y en las que todo parece moverse a base de puertas giratorias. Resulta que en España, y particularmente en Andalucía, se dan las mejores condiciones de toda Europa para que las energías limpias y renovables adquieran un protagonismo mucho mayor del que disfrutan actualmente, pero todo parece una quimera a la que nos acercamos a paso de caracol o, más bien, de cangrejo. Al mismo tiempo, los intentos de autoabastecimiento, con la producción y el consumo solventados en el mismo equipamiento, resultan sancionados, sospechosos, objetos de censura para el gobierno a tenor de su elemental voracidad recaudatoria. Pues bien, resulta que hay una clave para que se haga luz en la cuestión (perdonen el chiste fácil) y el consumidor pase a ser parte esencial del negocio. Pero la clave no es una ley, ni una medida gracia para los pobres energéticos, sino una fórmula matemática.

Lo que busca Morales es una fórmula que permita la máxima optimización no sólo de las redes eléctricas, también de todas las infraestructuras implicadas en el suministro de luz, calefacción, gas y hasta transporte. Para ello, el investigador aplica a todos los procesos una serie de big data (procesamiento masivo de datos) y machine learning (técnicas de aprendizaje automático) con el fin de extraer una fórmula, la misma que explicará cómo se puede obtener un mayor rendimiento de la energía disponible y de los instrumentos empleados para su distribución y consumo. Y será esta fórmula la que, necesariamente, convierta a los consumidores no en el último reducto del proceso, sino, muy al contrario, en la cabecera del mismo. No sé qué les parece a ustedes todo esto, pero yo quiero volver a Leibniz: fracasados todas las demás estrategias, cada vez estoy más convencido de que serán las matemáticas, y no la economía, las que nos permitan (no sólo constaten) vivir en el mejor de los mundos posibles. Añadan algo de alma a la ecuación y resuelvan la incógnita.

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