La música atraviesa una época de deriva. De piratería en la Red y filibusteros en el escenario. Sobran botellas, faltan mensajes. Nuestro tesoro es que en ese mapa Antílopez navega a velocidad de crucero. No necesitan un Titanic, ellos son el iceberg; tampoco sus músicos, les basta con su Banda Ancha. Su juglaría punzante es una boya en esta marejada de borreguismo y letras terraplanistas. Juan Carlos Aragón y Javier Krahe ya se fueron. A Sabina no le queda mucho. Larga vida a Miguel Ángel y Félix.

Mutar famaes su último puñetazo sobre la musa. Una exhibición de lirismo underground, propia de gente libre de hipotecas en la conciencia, con la autenticidad como único contrato. Y pocos artes son tan nobles como el de agitar el avispero, porque ese deporte de riesgo exige gallardía, libertad y conocimiento. Ellos, además, le añaden la maestría del oficio de la música y de las letras, cuya simbiosis es un orgasmo para cualquiera que guste de reivindicar mensajes; una se aloja en el corazón, las otras en el estómago.

Porque no dan el cante, tienen el don del cante. Con texto y contexto, no buscan la viralidad de la irreverencia, hacen una reverencia a la vitalidad.

Antílopez son los biógrafos de la valentía. Meten el dedo en la llaga y la duda en el yugo. Riman genio e ingenio, sus versos son una eliminatoria a doble partido entre la revolución y la evolución. No tienen más agente que a su gente, ellos son su oda madrina. Y si en algo se convierten a las doce es en tu amigo dentro de un bar, nunca le darán calabazas a tomarse una cerveza contigo. Le ponen la banda sonora a la vida y le quitan la venda. Hacen alquimia musical como si estuvieran jugando al Quimicefa.

No se conforman con un estilo, retuercen las letras y las frases hechas (y las deshechas las retranquean en renglones torcidos), hasta el punto de que los libros de la calle deberían hablar de ellos como filósofos, no como músicos. Más que en el ágora, creen en la agorafilia, en cantar sus verdades a campo abierto, pues no tienen nada que ocultar. Ni siquiera con sus congéneres. De hecho, son tan críticos con el mundo de la música que nunca ganarán un premio Grammy, pero la grima por su gremio es el premio de sus críticos.

Y aunque lo parezca, esto no es una crítica musical. Esta es la egoísta maniobra de un adorador de palabras que ha querido aprovechar la tonelada de musas que le ha dado Antílopez para volcarla en un papel. Y no se me ocurre mejor elogio hacia alguien que esa capacidad de inspiración.

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