Pactos para la crispación

Con estas tendencias a la grandilocuencia es difícil mantener el debate en términos razonables

En general los pactos tienen buena prensa. Se considera que son expresión de madurez política y de tolerancia. Esta magnífica valoración expresada en abstracto suele cambiar radicalmente cuando se concretan; entonces, con frecuencia surgen sectores que, molestos con lo acordado, los tachan de traidores, entreguistas y claudicantes. Si a esta fragilidad esencial de cualquier acuerdo se le une las dificultades propias de un gobierno de coalición y la tendencia a la exageración, al protagonismo y al exceso de muchos de los actores políticos, estamos ante una complicada operación política de difícil solución.

El apoyo inicial de Bildu a la tramitación de las cuentas generales del Estado se ha pretendido presentar por la derecha como si la coalición abertzale hubiera entrado a formar parte del Consejo de Ministros y sus criterios políticos conformen el eje central de la política del Gobierno. Esta lectura, tan irreal como interesada, se ha visto facilitada por la actitud exhibicionista del líder de Podemos que, con afán de notoriedad y atención mediática, pretende a la vez ser gobierno y oposición, intentando un doble juego inmantenible y absurdo. Esta contradictoria y a veces inexplicable actitud es aprovechada por el PP para justificar su tendencia al alarmismo, aprovechando la coyuntura para, sin rubor ni miramientos, desempolvar los años de plomo del terrorismo e intentar una vez más hacer de las víctimas su exclusivo patrimonio y su único argumento. Con estas tendencias a la grandilocuencia y a la demagogia es difícil mantener el debate en los términos razonables y nos vemos envueltos en una discusión sobre intenciones ocultas y acuerdos secretos mientras las cuentas generales transitan en medio de la indiferencia general. Hacer del apoyo de un grupo político el eje central del debate presupuestario, sin atender al contenido de lo que se aprueba expresa la crispación política existente, pero también la artificialidad de los argumentos de esta polémica. Porque lo cierto es que la discusión no se plantea sobre hechos contrastados ni sobre propuestas concretas, sino que la artillería gruesa de los ataques se asienta en supuestas intenciones inconfesables y en acusaciones de traiciones indemostrables. Se alimenta así el enfrentamiento retorciendo la realidad y especulando sobre amenazas inexistentes para aumentar el surco de la discrepancia, intentando hacer del debate presupuestario un elemento más para la crispación política.

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