Peluquería José

Hace unos días volví a la peluquería. El corte del pelo es el mito de Sísifo del hombre vulgar

P ELAR a tres generaciones de una familia es un mérito semejante al de esos boxeadores capaces de pelear en tres pesos diferentes. Un logro que solo se alcanza después de un sinfín de años de sacrificio que te conducen a la excelencia. A ser un peluquero de los de antes. De los que manejan el corte a tijera y navaja, pero también dominan las testas de esos adolescentes a los que el presupuesto solo les da para que le rapes las sienes al cero. Lo comentamos hace unos meses, cuando fui a la peluquería a ordenar los pelos que aún resisten en una cabeza en la que hace años ya asoma el cuero. Porque una peluquería de las de siempre es eso, una peluquería. Y su nombre ya lo dice todo sin necesidad de recurrir a barbershop, estilistas o Hair & Beauty. Peluquería y el nombre del artista. Porque no es lo mismo que te pele José que Paco, que también pela bien, pero de otra manera, y es importante que se conozca al responsable de la obra desde que se entra por la puerta y no se oculte sobre un importado e impostado gentilicio sajón tras el que puede esconderse cualquier desalmado.

Lo comentábamos mientras nos preguntábamos si se jubilará él antes de que yo pierda el pelo y reduzca mis cuidados capilares a una gorrita, y José recordó una columna de Pérez Reverte en la que narraba su desasosiego ante el cierre de la peluquería la Prensa, su peluquería de toda la vida. Recordaba perfectamente la columna, con el escritor deambulando por un centro comercial en busca de quien pudiera cortarle y maldiciendo al verse rodeado luces frías de plexiglás, y un trato tan impersonal como franquiciado. Recordaba perfectamente su columna, solo que esta vez su columna no era la suya, sino la de José. Lo descubrimos con en el siguiente corte de pelo. Cuando la releímos juntos mientras me preguntaba cómo quería que me pelase y le contestaba que como le diese la gana, que a la postre es lo que hace siempre. La columna era la de D. Arturo, pero José había escrito otra completamente diferente que podía haber escrito perfectamente el escritor.

Hace unos días volví a la peluquería. El corte del pelo es el mito de Sísifo del hombre vulgar. José me preguntó cómo habíamos concluido nuestra lectura. Recordaba una sentencia, pero la había olvidado y no quería reescribirla esta vez. El pasado es como es, pero, sobre todo, como lo recordamos. En otros casos, tampoco es eso, sino cómo imaginamos el futuro.

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