No sé si es la peor enfermedad social, pero sí bastante mortífera. Me refiero a cómo cada vez hablamos más y decimos menos. Llegó la tecnología y nos fue empoderando; nos permitió valernos cada vez más de nosotros mismos y, en lugar de compartirlo, fue fortaleciendo nuestra soledad. Justo en el momento en que más plataformas tenemos a nuestro alcance para trasladar nuestra voz, nos dedicamos a hablar más de los demás y menos de nosotros.

Los programas de más share, las redes sociales y las conversaciones por WhatsApp son los principales termómetros que nos lo dejan claro. Compartimos memes, vídeos y fotos; despellejamos o enaltecemos a famosos; rajamos de algún amiguete que ha escogido una pareja que no nos convence. Las conversaciones son cada vez más previsibles y futiles. Porque todo se mueve en un pacto tácito de artificialidad. No es una cuestión de introversión o timidez; es que aceptamos esos códigos, nos dejamos llevar. Y no preguntamos a nuestro amigo cómo lleva el embarazo de su mujer (o lo hacemos menos de lo que debería) o no nos acordamos de desearle suerte antes de sus oposiciones; pero sí que le reenviamos el último vídeo de Spok Sponha (eres la caña, por cierto) o el tweet viral del día.

Esa enfermedad ya es epidemia. Y su difícil cura tiene fácil solución: basta con hablar de uno mismo más a menudo y con más personas. Por eso, aprovecho para ver si cunde el ejemplo contando algunas cosas de mí más allá de lo que se puede filtrar cada lunes en mi manera de escribir. Mi peor defecto es la inconstancia. Tomo muchas cosas con todas las ganas del mundo, pero mi cabeza se cansa más pronto de lo que me gustaría. Adoro escribir (creo que esto igual ya se sabía). Nunca he ganado un trofeo, un concurso o similar en edad adulta. Y tengo unos pies horribles (igual debería presentarme a un concurso de pies feos). Hablo mucho, pero se me da mejor escuchar. Las pelis de miedo no me asustan, me aburren; el aburrimiento me da miedo. Me encantan los audios nocturnos. Soy yonqui de los Funko Pop, y también del pop español. Soy consciente de que estoy viviendo mis últimos días como futbolista si no quiero que una lesión grave me retire. Mis enfados son diésel y mis risas, de gasolina. Me cuesta más quitarme la ropa que desnudar mis sentimientos. Me faltan más ego y autoestima, soy excesivamente crítico conmigo y creo diagnosticar muy bien mis defectos y virtudes. Y cada lunes, en este preciso momento en que lees, me sigue sorprendiendo y agradando a partes iguales que hayas llegado porque no soy ni articulista ni influencer. Ni me considero peor que nadie ni me creo mejor que los demás.

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