En mis tiempos la Selectividad se parecía a la mili, y en realidad se sigue pareciendo: bajo el criterio de la igualdad, se obliga a todo el mundo a pasar por un trago que no sirve para mucho, por no decir para nada, por más que luego se edulcoren los recuerdos. Que el sistema no sólo no es infalible, sino que además falla más que el Challenger, ha quedado demostrado en Extremadura, donde una presunta filtración va a obligar a más de tres mil alumnos a repetir las pruebas, lo que como broma tiene más bien poca gracia. Aquí la Selectividad empieza el martes, con lo que más de cuatro andarán hasta entonces con los dedos cruzados para que todo salga según el guion. Yo me examiné el siglo pasado en la Facultad de Medicina, y tan seguro estaba que lo hice con el objetivo de lograr la calificación suficiente para quedarme estudiando allí mismo. Saqué la nota requerida pero a la hora de matricularme, no me pregunten por qué, lo hice en Educación. Y cuando ya había opositado para el cuerpo de maestros y hasta entrado en una bolsa me lié la manta a la cabeza y estudié periodismo, para desgracia de algunos. Y aquí sigo. Porque al final no sólo falla el sistema, también uno mismo. Un servidor considera que a los dieciocho años nadie sabe a ciencia cierta cuál es la mejor ocupación que desempeñar en la vida; más aún, si alguien a esa edad lo tiene clarísimo es que su formación no ha ido del todo bien. Algo con lo que no ha podido terminar la Selectividad (muy al contrario, la PAU, o PEvAU, no ha hecho más que reforzarlo) es la instrumentalización de la Universidad, su consideración general de agencia de empleo o, como mucho, de institución para la enseñanza profesional de alto standing. Yo pondría en la puerta de acceso de cada tribunal el lema de la Academia de Platón: "Que no entre aquí quien no sepa geometría". Para que nos vayamos entendiendo. Alguien debería decir en alguna parte que a la Universidad se va a aprender, a forjar el talento. Lo de colocar al niño ya se dará por añadidura.

Pero es que si algo goza de mala fama hoy día es el conocimiento. Su definición independiente de cualquier mediación profesional. Cuidado, no se trata de defender la inutilidad del aprendizaje (nunca ha sido tan necesaria su aplicación para la resolución de problemas), pero sí de gestionar el conocimiento en virtud del mismo conocimiento, no de las orientaciones laborales que luego pudieran darse. Y de sostener la convicción de que un aprendizaje de vanguardia, impulsado con los recursos necesarios y pegado al presente más absoluto de cada una de las materias, convertirá a los alumnos en personas capaces de mejorar lo que deba ser mejorado, sea cual sea el ámbito de su actuación. Por el contrario, si de lo que se trata es de nutrir al tejido productivo de los peones ya previstos para que cumplan bien sus funciones, ni la Universidad ni el país serán el sitio en el que merezca la pena estar. Sapere aude, escribió Kant una mala tarde. Que la Selectividad está chupada.

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