Sencilla y natural

Hay en esa alusión a la sencillez un cierto olor a chamusquina que me pone en guardia

Hay dos expresiones ante las que no puedo dejar de tener una reacción incómoda. Por bienintencionadas que se digan, hay un botón rojo de alarma que me alerta de cierta condescendencia y hasta de un clasismo soterrado. Cuando se habla de la gente sencilla se me aparecen todos los manuales del paternalismo y aún más si tengo a mano libros como los de Javier Aristu y Carlos Arenas. Ambos inciden en esa construcción de un andaluz cazurro pero sabio, grande en su ignorancia, no contaminado por élites incómodas, demasiado leídas y contagiadas de culturas, ay, foráneas. El paradigma lo encarnó aquel personaje de Pemán, que se llamaba Séneca y que fue llevado a la televisión para esparcir su filosofía de refrán y pesimismo ante lo nuevo, de manera catódica por la forma, pero muy nacionalcatólica por el fondo. Y aunque haya personas –un periodista con el que he parrafeado de este asunto– que apliquen esa expresión a las clases populares con respeto, hay en esa alusión a la sencillez un cierto olor a chamusquina que me pone en guardia. Como si nacer pobre te expulsara de un pensamiento complejo. Como si estar pendiente de lo importante (las cosas de comer) convirtiera todo lo demás que no es aparentemente práctico ni útil –la belleza, la creación, la curiosidad intelectual o incluso los debates de ideas– en zarandajas de los pudientes que no tienen problema para llegar a fin de mes. Zape. La educación nos mejora, claro, pero no solamente porque sepamos decir hasta siete pintores contemporáneos o distinguir a una soprano de una contralto, sino porque nos permite ser en mas dimensiones. Existe una cultura popular, sin duda y más en esta tierra donde la envidia me corroe cuando veo a una familia montarse una fiesta sin recurrir a Spotify, pero cuanto más sabemos más podemos. Más somos.

La otra expresión es hija de esta anterior, aunque tal vez dotada de mayor sutileza. Hablamos de inteligencia natural para señalar a quien es inteligente sin haber pasado por Salamanca. La inteligencia sin duda es un don, pero como todas las habilidades requiere entrenamiento. Cierto que hay quien la aplica a afanarse en desarrollar una enzima y quien lo hace para enfrentarse a los problemas de la vida cotidiana y las relacione afectivas. Uso una contraposición tan tramposa como habitual: lo intelectual vs. lo emocional, allá donde reside esa natural inteligencia de las gentes sencillas. Digo yo. Pero la inteligencia debe reconocerse sin apellidos porque les aseguro que no hay título universitario ni éxito social que la certifique. A algunos los problemas les vienen ya resueltos, como los salmones a Franco cuando iba de caudillesca pesca. A veces el Poder resulta tan sencillo que pone los pelos de punta y vivir de un salario más complicado que armar el cubo de Rubik, fíjense.

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