Dicen que los artistas -que poco me gusta esa palabra-, los pintores tenemos una torre de marfil como atalaya y refugio y que la inspiración nos la traen unas jóvenes damas desnudas que se cuelan en el estudio, no se sabe por dónde, y que postradas en un diván (en mi caso, un sofá) nos apuntan el tema y las maneras de la obra en la que estamos empeñados. ¡Qué maravilla si fuera cierto! La realidad diaria es muy diferente aunque, de vez en cuando, te parezca que el sofá esté ocupado por sugerentes inspiradoras. Es primordial que el estudio tenga buena luz, cierto ambiente y buena temperatura. Acostumbro a pintar vestido con un mono de trabajo con mangas cortas; La pintura necesita gestos limpios y nada que interfiera o manche, de ahí el mono y las mangas cortas. Viene todo al caso porque hemos pasado un otoño-invierno muy frío y muy contraproducente a la intimidad de la creación, aunque, a pesar de todo, algo se ha hecho. La primavera está a la vuelta de la esquina, mi calle ya huele a azahar. ¡Al fin, apagamos la calefacción y nos encendimos nosotros! ¡Viva el arte!

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