La ficción ha terminado. La farsa que Cs intentó construir para negar la realidad y mantener la inexistencia de Vox como apoyo imprescindible para el gobierno andaluz se ha desmoronado ante la primera dificultad. Ya no es necesario que el PP juegue el ridículo papel de correveidile entre unos y otros ni que los parlamentarios naranjas miren para otro lado para no ver de dónde consiguen los votos. Las imágenes de la firma conjunta entre los tres partidos y los fraternales y alborozados saludos entre ellos al aprobarse los presupuestos de la Junta son expresivos de que esta argucia no podía durar mucho. Vox impone su criterio de aparecer como socio necesario y Cs baja el último peldaño de la escalera que le lleva al suelo de la derecha más conservadora y reaccionaria. Porque Vox no sólo reivindica su protagonismo, que en estos días ha opacado cualquier otra realidad, sino que consigue inocular en el gobierno andaluz su credo político Las enmiendas que introducen en los presupuestos son el mejor escaparate de su ideología. Inmigración, memoria histórica y violencia machista, los tres grandes referentes de su posicionamiento reaccionario asoman en los presupuestos andaluces por primera vez. Es su primera gran victoria y, posiblemente, no será la última.

Lo alarmante de esta claudicación es la naturalidad con la que los dos partidos del gobierno han aceptado las imposiciones y la escasa importancia que le han dado a esta vergonzosa entrega. La estabilidad parece estar por encima de los principios ideológicos. Ni un gesto de preocupación ni un ápice de arrepentimiento. Extraña que personajes políticos y medios de comunicación que siempre mantuvieron una inequívoca posición democrática, aún dentro de un planteamiento conservador, han aceptado sin rechistar este entreguismo a la más rancia ideología de extrema derecha. La fidelidad al partido o la connivencia con el poder han hecho enmudecer a comunicadores y políticos de los que podía esperarse otra reacción, y tratan este hecho como un lance más de la controversia política. Intentan blanquear postulados y principios que hace meses considerarían inaceptables y peligrosos. Una derecha frágil y necesitada de presencia institucional para tapar sus fracasos electorales, unida a la pasividad de personas y medios que deberían expresar al menos su incomodidad con esta situación, constituyen la tormenta perfecta en la que Vox ha encontrado el mejor medio para alcanzar niveles de influencia superiores a los votos obtenidos. Gana Vox, perdemos todos los demás.

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