E L pacto que permitirá a Francisco de la Torre continuar como alcalde de Málaga, ya con la participación directa de Ciudadanos en la gestión del gobierno local, representa en gran medida la llave para un periodo de placidez del que se disponen a disfrutar el PP y la formación naranja, con su consecuente réplica en la Diputación. Mientras que en la mayor parte de los territorios donde el mismo pacto ha servido para garantizar el poder a los dos partidos ha sido necesaria la entrada en juego de Vox, casi siempre como una especie de aliado incómodo, tanto por ciertas exigencias de compleja justificación democrática como por la primera determinación de Ciudadanos de no pactar con los de Abascal (disuelta, al cabo, cuando ciertas plazas demasiado importantes se pusieron a tiro, para perplejidad de buena parte de sus votantes), a partir de ahora Málaga quedará como ejemplo y modelo de lo que puede dar de sí el entendimiento entre PP y Ciudadanos sin necesidad de más comensales. Cabe recordar que Vox, como corresponde a su naturaleza populista, ha conseguido su nada desdeñable cuota de representación institucional desde los márgenes de la exopolítica, a base de propuestas ruidosas y de plomizo contenido ideológico pero ajenas, en la mayoría de los casos, a los problemas diarios de los ciudadanos. El Ayuntamiento de Málaga va a quedar exento de este ruido, lo que permitiría concluir que el equipo de gobierno lo va a tener más fácil para atender a esos problemas cuya solución pasa por la praxis política. Del mismo modo, la oposición tendrá que calibrar bien su función por cuanto la crítica al sesgo ideológico no podrá ser tan recurrente como en otros ayuntamientos. O no debería. En todo caso, la resistencia que mostró De la Torre en las pasadas elecciones hace de Málaga una suerte de rara avis en la que muchos, propios y extraños, pondrán sus huevos para dar lecciones a la ciudadanía sobre cómo se hace una tortilla. En positivo y en negativo.

A partir de aquí, el reparto de concejalías que acuerden Francisco de la Torre y Juan Cassá es casi lo de menos. Lo importante será en qué medida serán capaces de sacar provecho de la singularidad de su gestión, hasta que al menos comiencen a tirarse los trastos y entonen el hasta aquí hemos llegado, lo que, dados los precedentes, resulta cuanto menos improbable. Eso sí, no es descabellado considerar que una de las primeras responsabilidades del PP y Ciudadanos en el juego electoral es demostrar a los votantes de Vox que pueden sentirse en su salsa confiando en ellos con vistas a futuros comicios sin renunciar a un criterio de utilidad, y aquí Málaga va a ser el primer as puesto sobre la mesa. Su calidad de objeto deseado a nivel andaluz y nacional podría llenar el pacto malagueño de injerencias indeseables, pero si algo se le da bien a De la Torre es llevarse las injerencias a su terreno. En cualquier caso, Málaga se juega la vida desde hoy. Y conviene andar finos.

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