Ya que sabemos a ciencia cierta que ni el coronavirus ni el confinamiento nos han hecho mejores, en ningún sentido y por más vueltas que le demos al asunto, tal vez sí podemos considerar que la incertidumbre actual constituye una oportunidad idónea para demostrar hasta qué punto está cada uno comprometido con lo público. Esto es, con la certeza de que, independientemente de los méritos, provechos, rendimientos y beneficios de cada cual, existen valores que nos corresponden a todos, por igual y por derecho, por activa y por pasiva, por más que los otros con los que nos toca compartir esos valores nos parezcan unos pelmas, unos incompetentes y encima les huelan los pies. Así es lo público, qué le vamos a hacer: a menudo nos exige que defendamos cosas que no nos gustan bajo la premisa de que sin esas cosas, y sin esa defensa, no disfrutaríamos de una democracia tal y como la entendemos ni, por tanto, de la capacidad de cada cual de aspirar a los méritos, provechos, rendimientos y beneficios que considere oportunos. Con todos sus fallos, éste es el criterio que nos hemos dado como sociedad en España. Y entre esos valores está la educación, que, como res pública, no es un asunto que atañe a niños, padres o docentes, sino a la misma sociedad en su conjunto: incluso cuando se da en un contexto estrictamente privado no puede ser considerada un mero negocio. La educación pasa ahora por la situación delicada que todos conocemos ante la incertidumbre de lo que sucederá en septiembre en la vuelta a las aulas. Y en la demanda de atención por parte de los centros, especialmente los públicos, a su titular exclusivo, la Junta de Andalucía, abunda la frustración, así manifestada por numerosos equipos directivos, no tanto por no saber qué hacer sino por ni siquiera sentirse escuchados. El desamparo es siempre duro de tragar, pero se recrudece cuando el horizonte se presenta pintado de negro y sigue sin haber nadie al otro lado cada vez que pedimos un cable.

Mis dos lecciones favoritas en lo relativo a la dirección de equipos humanos las dieron Álex de la Iglesia y José Mourinho. El primero me contó en una entrevista que dirigir películas consiste, fundamentalmente, en dejar a todo el mundo tranquilo y con la confianza puesta en que todo va a salir bien. La lección del segundo es más conocida: si tienes perro, vas a cazar con el perro; y si no, vas a cazar con el gato. Las dos perlas de sabiduría coinciden en una idea esencial: dirigir equipos y tomar las mejores decisiones no es únicamente, ni mucho menos, una cuestión de presupuestos, sino de liderazgo. A la Junta de Andalucía, y particularmente al consejero Javier Imbroda, les habría costado muy poco esfuerzo y menos dinero inspirar tranquilidad en los centros que dependen directamente de su gestión. Un solo guiño de complicidad, un mensaje correspondiente a la altura del liderazgo supuesto, habría evitado mucho desasosiego. Cuando todo zozobra, el silencio es letal. Y el liderazgo, ay, brilla por su ausencia.

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