Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
Qué por qué llevo la cara que llevo? Se lo diré, doña Mercedita. Reconoceremos que, entre 1833 y 2022 distan dos siglos en los que el país que conoció don Mariano se ha modernizado en tantos aspectos que, si no fuera por ciertas costumbres que ha sido capaz de mantener cuasi imperturbables, no lo conocería ni el autor. Y es que, si bien es cierto que la pereza que describía nuestro ancestro no es ya más pecado de un español de lo que puede ser de un belga, la secular tendencia de la Administración a emplazarte para mañana parece mantenerse como un bien inmaterial a defender cual tercio viejo. Y no digo esto por gusto, que más bien sería disgusto, sino por experiencia propia, pues resulta que, viéndome obligado a entregar unos documentos que me había encargado la propia Administración autonómica, la semana pasada dediqué dos días a intentar que alguien del Registro de la Consejería cogiera el teléfono y me informara si existía algún oscuro condicionante que debiera conocer antes de acercarme a la ventanilla. Infructuoso esfuerzo que me obligó a presentarme ayer, a primera hora de la mañana, en la puerta de la Delegación con otro compañero que me ayudaba a cargar seis cajones de papeles. Y trasiego que nos podíamos habernos ahorrado porque, efectivamente, había truco. Recibido amablemente por un guardia de seguridad, fui instruido en que, aunque la ausencia de administrados provocaba el eco de nuestras palabras en la estancia, no podía ser atendido ya que carecía de la cita previa que debía solicitar en el teléfono que él mismo me proporcionó. Fuera de lo que, sospecho, constituyen sus funciones de vigilante. Llegado a este punto, y dado que no quiero que se me atribuya el pecado de pereza, procedí a llamar, siendo amablemente informado de que tampoco me podían atender esa mañana porque no se habían cargado en el sistema informático las horas disponibles en el Registro de la Delegación en cuya puerta me encontraba. Que tampoco puede dar cita para hacer los trámites que se realizan en la misma, después de ser centralizadas en el servicio de teleoperadores y deber ser comunicadas por correo electrónico o mensajería. Y es por eso que esta mañana llevo la cara que llevo, camino de mi cita, preocupado por la reacción que pueda encontrar al dejar los cajones en el mostrador y pensativo sobre cómo resolvería el entuerto usted, cuyos ojos cansados no leen emails en un smartphone.
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