Los afectos

El reciente trance de Francisco de la Torre, del que afortunadamente ha salido intacto y en un breve plazo, nos ha permitido recuperar una idea asombrosa: la política también está hecha de afectos. Ya se comparta o no su modelo de ciudad, ya se consideren sus decisiones más o menos oportunas, De la Torre constituye un patrimonio particular para los malagueños, una presencia habitual y garantizada, lo que se debe en parte a un mandato sostenido durante veinte años pero, también, a un talante que se crece en la cercanía y la complicidad. De la Torre es como el Cenachero o el edificio de la Equitativa: un emblema que para toda una generación de malagueños siempre ha estado ahí. De cualquier forma, el aluvión de mensajes de apoyo llegados durante su intervención, también de otros alcaldes y representantes institucionales de signo político bien distinto, revela hasta qué punto los afectos son también aquí importantes. No sólo en su faceta de cordialidad civilizada, ni para distinguirnos de los primates; también por la premisa de que, cuando existe una sintonía personal, el ejercicio de la política se vierte inevitablemente de otra manera. Sobre todo si, insisto, esa sintonía se da entre agentes de tendencias opuestas. Nadie mejor que Shakespeare expresó, a través de obras como Enrique V y Coriolano, hasta qué punto el reconocimiento de la nobleza del adversario nos redime de la mediocridad de los correligionarios. De ahí que los mensajes de Manuela Carmena y Ada Colau, por ejemplo, resulten mucho más edificantes y reconfortantes que buena parte de los buenos deseos expresados por los compañeros de partido de Francisco de la Torre. Pero es ahí, en el reconocimiento de los distintos, donde mejor cabe advertir la grandeza de cada cual. En cualquier caso, por más que sepamos que los rifirrafes parlamentarios tienen mucho de teatro, hay que admitir que es en el contexto municipal donde con más legitimidad podemos hablar de afectos y política sin encontrarnos con el agua y el aceite.

Porque ante una inaceptable escalada de acusaciones delirantes, envenenamientos, deslealtades, bulos y mediocridades en la política nacional, justo cuando con más urgencia necesita la ciudadanía pactos, acuerdos y empeños comunes, la única esperanza para la organización social se encuentra en el ámbito local. Ya no sólo por una cuestión de proximidad y, por tanto, de afectos, sino porque son los gobiernos de las ciudades los que más hábiles y eficaces se muestran a la hora de hacer política; esto es, de resolver los problemas de la gente. Con Europa puesta de espaldas de manera intolerable, y con un Gobierno cerrado en banda a la posibilidad de transmitir confianza, mano a mano con la oposición, son los Ayuntamientos los que de verdad se están partiendo la cara, organizando a los vecinos y atendiendo a los necesitados, sin populismos que valgan. De manera que, alcalde, guarde el reposo estipulado que nos va a hacer falta. Ya hablaremos de rascacielos otro día.

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