55 años

La peña volvió a pasárselo bien y se brindó por cincuenta y cinco años más de resistencia frente a la silicona

El retroceso de la albañilería es directamente proporcional al avance de la silicona. Sin embargo, hay sititos donde aún resiste atrincherada tras una montaña de rasillas. La plaza de Padre Ciganda es su principal bastión. Un gran y efímero fortín que se levanta en cuatro horas para caer minutos después y alzarse al año siguiente. Es cierto que también existen otras plazas fuertes. Riogordo, sin ir más lejos. Allí se cerrarán filas el próximo 15 de octubre, y como esta hay alguna más. Pero el concurso de albañilería de la Peña el Palustre es el de mayor solera del país. En él, a finales de septiembre y desde hace cincuenta y cinco años, se dan cita cuadrillas de toda España para desafiarse construyendo la última perversión de ladrillos y yeso que se le haya ocurrido a los organizadores. Y hecho. Porque antes de proponerla, el jurado ha comprobado, de la única manera posible, que puede hacerse: ejecutándola. ¡Qué el gremio es tan orgulloso como suspicaz!

Cincuenta y cinco es el número de una edición con premio, que diría uno de los chaveas que luego disfrutan tirando los ejercicios nada más se conoce el vencedor. Y cierto es que lo tiene. No es nada fácil que una iniciativa, iniciada por un grupo de albañiles que querían echar el rato haciendo lo que les gustaba hacer -como le confesó uno de sus creadores a su nieto periodista-, resista tanto tiempo. Mucho les tenía que gustar, porque no siempre lo tuvieron que pasar bien. Si, para las cuadrillas, las cuatro horas de la prueba son un ejercicio de templanza, para los organizadores, los trescientos sesenta y cinco días que transcurren entre concurso y concurso son una pista americana a superar año tras año. Y este era especialmente dura. Si la muerte de Demófilo Peláez hace seis dejó huérfano a su hermano Manolo y algo desarbolada la organización, su retirada de la misma hizo pensar por un momento que se romperían las filas. No ha sido así. Se reconstruyó el equipo, se redistribuyeron las tareas, cada miembro de la tropa asumió un puñado de las misiones que Manolo llevaba apuntando desde hace años en la desvencijada libretilla en la que tenía recogido todo el plan de batalla, y al final se cantó victoria. La peña volvió a pasárselo bien haciendo lo que le gusta y a las nueve de la noche se brindó por cincuenta y cinco años más de resistencia frente a la silicona.

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