Quién nos lo iba a decir, al final el emblema de la política municipal no van a ser los museos sino los toldos. No basta con tener la calle Larios a cubierto bajo el parapeto promocionado por la marca cervecera que ustedes conocen bien durante gran parte del año: ahora, según anunció el concejal de Sostenibilidad Ambiental, Raúl Jiménez, el objetivo consiste en cubrir con toldos las terrazas de los bares, especialmente en el centro, con tal de sofocar un tanto el ruido. La medida comenzará a aplicarse en noviembre y el Ayuntamiento espera que los vecinos soporten una buena cantidad menos de decibelios, ya que los telones harán de escudos aislantes. Sucede, claro, que en el centro de Málaga, convertido todo él en una enorme terraza, no van a dar abasto a la hora de poner toldos a diestro y siniestro, así que, pensada la cuestión fríamente, la estampa final puede parecerse más a un mercado del sureste asiático que a una ciudad mediterránea. ¿Qué van a hacer con la Plaza de Uncibay, meterla bajo un toldo que abarque desde la calle Granada hasta Calderería, ambas por supuesto incluidas? En vías más estrechas, como las del entorno de la calle Larios, la inserción de toldos podrá restar ruido, desde luego, pero también la visión elemental para que cualquiera que se meta por ahí sepa dónde está; a partir del primer piso, Málaga soportará menos barullo pero también se habrá convertido en una ciudad tapada. Sucede además que los toldos tienden a ensuciarse a base de bien, de modo que, como Dios no lo remedie, el paisaje resultante puede quedar un pelín grotesco (el mismo toldo de la calle Larios da bastante asquito cuando termina el verano). Por otra parte, muchos bares del centro tienen ya sus toldos, instalados más con la intención de procurar sombra a la clientela, y los beneficios en cuanto a aislamiento no son, que digamos, inmediatos. Me temo que con tanto toldo resultaría más notorio el secuestro de la imagen fidedigna de la ciudad que la eliminación del ruido, pero parece que los responsables municipales se han entregado sin remisión a cualquier elemento que fulmine la identidad arquitectónica y urbanística de Málaga con alternativas que, cuanto menos, dejan bastante que desear. Al mamotreto hotelero de 135 metros proyecto en el Puerto me remito.

No, más bien parece que el Ayuntamiento pretende emplear los toldos a modo de alfombra, para meter ahí debajo lo que no debe ser visto. La solución al problema del ruido en el centro pasa por hacer política, no por tapar la realidad sobre la que se debe actuar. Si se trata de armonizar los intereses de los hosteleros con los derechos de los vecinos, resulta previsible que la opción de los toldos no va a gustar a unos ni a otros. Seguramente Málaga es capaz de alcanzar ahora semejantes niveles de ridículo porque durante años se ha soslayado el problema sin más, bajo el convencimiento de que no afrontarlo era la manera más directa para resolverlo (un poco como Rajoy con Cataluña); más aún, durante demasiado tiempo se ha proyectado una imagen del centro propia de un área comercial, en la que no vive nadie y en la que lo único que se puede hacer es consumir, no estar. Cuando a estas alturas ha resultado que Málaga, sorpresa, era otra cosa, lo de que vengan a poner toldos suena a chufla. A ver, eso sí, quién los patrocina. Voto por el Banco Sabadell. Será divertido.

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