Leo que una empresa de transportes de Málaga pondrá a disposición de sus usuarios un coach emocional y comprendo al fin que el único ingrediente que le faltaba a lo que Lipovetsky llamó hipermodernidad era una pandemia como Dios manda. La destreza comercial de la empresa en cuestión es, desde luego, visionaria y digna de todos los elogios: ya no se trata sólo de recabar información, de que nos relaten con precisión las medidas de seguridad a tener en cuenta. No, necesitamos un coach. Alguien que nos levante el ánimo, que nos recuerde lo únicos, preciosos y meritorios que somos cuando vamos a subir a un autobús con tal de que depositemos en el vehículo toda nuestra esperanza. Los responsables del antiguo Asklepion de Pérgamo, donde Hipócrates estudió y comenzó a ejercer la medicina, mandaron construir un túnel que conducía desde el acceso hasta los distintos quirófanos. Cada enfermo debía caminar por el túnel y atravesarlo, solo, por su propio pie siempre que fuese posible, hasta llegar al cirujano que se le había encomendado. Los rectores dieron instrucciones para que se hicieran diversos agujeros a lo largo del túnel y encomendaron a varios estudiantes una misión especial: debían hablar a través de estos agujeros desde el exterior dirigiéndose a cada enfermo. Así, cuando el paciente atravesaba el túnel, escuchaba un murmullo de voces, con sus respectivos ecos, que lanzaban mensajes de ánimo y de absoluta confianza respecto a su pronta sanación. Algo así como "te vas a curar, no te preocupes que todo saldrá bien". Aquellos médicos de la Antigüedad sabían ya que la mitad del proceso de curación queda resuelto en la sugestión, en el convencimiento de que la recuperación es posible. Y la misma norma se ha mantenido, intacta, hasta nuestros días. La diferencia es que ahora no necesitamos estar enfermos, sólo la posibilidad de estarlo, para que un coach nos venga de perlas. Quién pillara, por cierto, a un médico del Asklepion. Eso sí que era coaching y no lo de los libros de autoayuda.

La historia de esta empresa de transportes puede parecer anecdótica, pero revela hasta qué punto hemos vuelto más débiles, indefensos y temerosos del confinamiento y en qué medida hay quienes se apresuran a sacar provecho con toda la legitimidad de su parte. La debilidad tiene que ver, claro, con la evidencia de que en realidad no sabemos si hemos salido del túnel o seguimos todavía en camino, escuchando voces de ánimo y aplausos generosos a nuestro alrededor. Lo que sí sabemos, en cambio, es que lo que bajo ningún concepto y con ninguna probabilidad podía suceder, ha sucedido. Y este aprendizaje nos deja expuestos, a merced de que a cualquier otra catástrofe inverosímil le dé por ocurrir y nos obligue a contar de nuevo los muertos por miles. Los agoreros, mientras, hablan de errores de cálculo en los mayas que predijeron el fin del mundo, invasiones extraterrestres y virus mutados en microchips. Como para salir a tomar algo. Mi reino por un coach de Pérgamo.

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