Hay un principio evidente en todo esto y es que las reclamaciones del sector hostelero en Málaga son legítimas y llegan cargadas de razones. Buena parte de los establecimientos no pueden permitirse el lujo de abrir para poner a disposición de los clientes únicamente el 30% de sus terrazas, sin ni siquiera tener la opción del uso del interior de los locales, porque el gasto que tal medida acarrearía sería inasumible. Si añadimos que las pocas ayudas aprobadas a menudo no llegan a los pequeños empresarios, y que los mayores tienen que afrontar la imposibilidad de flexibilizar los Ertes, el horizonte pinta sin remedio un panorama con bares y restaurantes cerrados por bancarrota a cuenta de la crisis del coronavirus. Es cierto, también, que el Gobierno debería haber aportado información sobre sus planes y, sobre todo, con las posibles medidas a las que acogerse, con suficiente antelación, con tal de mantener a flote los flancos más débiles del sector. El presidente de Mahos, Javier Frutos, no duda en tildar al Gobierno de "irresponsable". Y de nuevo tiene razón, aunque habría que admitir que el Gobierno no ha aportado claves, premisas, soluciones, alternativas ni anticipación a ningún otro sector productivo, bien por incompetencia, bien porque la evolución de una epidemia tan extraña como la que nos ha tocado constituye un enigma de libro. Digamos que es relativamente fácil acusar al Gobierno de irresponsabilidad, porque hay motivos de sobra; pero conviene recordar que hace apenas tres semanas convivíamos con la amenaza cierta de un colapso sanitario que sí que se habría llevado por delante la hostelería y todo lo demás. Y lo malo de la responsabilidad es que va por prioridades, como la cesta del súper. Se trataba, antes de cualquier otra cosa, de que la gente que enfermara pudiera ser atendida, para salvar su vida y para evitar una fatal saturación de centros sanitarios ante la que se habilitaron hospitales de campaña. Y es que la irresponsabilidad también depende, ay, del contexto.

Tal vez el principal problema de la hostelería en Málaga es su escasa capacidad de empatía con el resto del tejido social. Se quejaba Frutos de que Pedro Sánchez no haya pactado las medidas con los hosteleros cuando el presidente ni siquiera las ha sometido a debate en el Congreso de los Diputados, lo que ya es estar fuera del mundo. Por no hablar del continuo desprecio mostrado a los vecinos del centro, las huelgas y amenazas a cuenta del ZAS o la pretensión de disponer del suelo público prácticamente sin límites para sus terrazas este verano a modo de compensación por la clausura actual. Otros muchos sectores se ven en la misma tesitura de tener que abrir locales con un aforo del 30% cuando económicamente es inviable; la diferencia es que esos sectores no tienen, parece, una conciencia tan descarnada de la deuda que todos los demás tenemos con ellos. Esto iba de remar juntos, porque nos necesitamos todos. No de que el rey se lleve lo suyo y sálvese quien pueda.

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