El lío del Málaga me pilla, lo admito, y perdonen el chiste fácil, un poco fuera de juego. Pero no dejo de recordar el entusiasmo, los augurios, la Tierra Prometida, la certeza de que la ciudad tenía, al fin, un equipo de Champions. Europa parecía de repente un territorio familiar, nuestra casa, el campo de juego que nos correspondía. Y ahora, catapún, esto. La ilusión se esfumó. Como cantaba John Lennon, así es, queridos amigos, como tendréis que seguir adelante: se acabó el sueño. Con toda la tristeza, y a pesar de lo extraordinario de la situación, el palo no nos resulta precisamente nuevo. Digamos que hay cierta costumbre adquirida en esta ciudad a vérselas con la decepción, especialmente cuando algo inclinado al pelotazo definitivo, al ahora sí que sí, ésta es la nuestra, acaba en fiasco. Desde hace mucho se respira una ambición de crecimiento, de reconocimiento, de proyección de Málaga como capital bien reconocible, con hechuras de urbe cosmopolita y admirable; pero parece haber cierto límite que no termina de romperse, como una especie de fatalidad que nos conmina a quedarnos en el molde acostumbrado, el que ya conocemos. No nos han faltado capitalidades culturales ni todo un Antonio Banderas con tal de conseguirlo, pero cuando parece que estamos a punto de rozar la gloria con la punta de los dedos nos atiza cierta sombra, como una autoridad invisible que nos condena a ocupar un lugar demasiado estrecho. Los nuevos proyectos arquitectónicos que el Ayuntamiento ha puesto sobre la mesa para la city financiera son el último órdago de esta partida que, sospecho, durará todavía unas cuantas décadas. Pero hay que admitir, para ser honestos, que bajo todo esto late el complejo manifiesto de una ciudad que se siente capital por derecho y se ve constreñida a una segunda plaza que se le queda pequeña, motivado en parte (que no justificado) por una Junta de Andalucía incapaz de extender su administración política más allá del ajustado perímetro de Sevilla. No hay peor consejera, ay, que la frustración.

No obstante, y por más que lo del Málaga resulte difícil de encajar para una afición que con toda la razón se siente agredida, convendría reparar en lo mucho que ha mejorado Málaga, en muy distintos órdenes, en las últimas décadas, ya sólo en habitabilidad, esparcimiento, proyección y oferta cultural. Y cabe considerar este avance como un patrimonio que hay que proteger a toda costa, precisamente, ampliándolo y mejorando lo que aún es susceptible de mejora, empezando por la limpieza y terminando por la recuperación de barrios degradados pasando por la multiplicación de zonas verdes y el desarrollo de una verdadera política medioambiental. En este sentido, no hay moldes a los que tengamos que atenernos. Hace bien el alcalde en reclamar más autonomía para los ayuntamientos, pero con la ya disponible disponemos de suficiente margen de acción para, al menos, cambiar algunas cosas. No es cuestión de complejos, sino de que Málaga esté bonita. Y vale la pena. Seguro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios