Pues tiene razón el alcalde. Hay toda una lección de sabiduría y humanismo en la preferencia consciente por hablar bajito. Se le atribuye a John Wayne, todo un humanista donde los hubiera, este consejo digno de Séneca: "Habla en voz baja, habla despacio y no digas demasiado". En cualquier conversación, el volumen de voz es inversamente proporcional a la autoridad y convicción con la que se habla. El griterío delata, más que cualquier otra cosa, inseguridad y falta de argumentos. Pero quienes han pasado a esta lado de la postmodernidad como modelos no atesoran precisamente entre sus méritos la solvencia ni la madurez, sino la capacidad de gritar más fuerte que el adversario. Es cierto que hay un orden natural, directamente biológico, en la tendencia a alzar la voz cuando no se tiene nada que decir pero aún así se quiere pasar por ciudadano ejemplar; pero también lo es que la telebasura, casi sin que nos diéramos cuenta, introdujo este proceder como fórmula de éxito cuando demasiada gente miraba. Después llegaron las redes sociales, en las que el grito adquiere formas de agresión verbal, desprecio a la excelencia, acoso y exabrupto gratuito para poder pasar por ruido. De modo que sí, convendría hacer caso a De la Torre, a título personal, y mantener a raya el tronío de la garganta a la hora de conversar y hasta de discutir: a las personas más convincentes que conozco les basta un hilo de voz para dejar KO al contrario. Eso sí, cunde la leyenda, dejada caer por el mismo alcalde, de que los malagueños somos especialmente gritones, lo que no es cierto. No he conocido pueblo con mayor vozarrón a la hora de pedir la cuenta que el irlandés. Los italianos también se las traen, y los rusos que pueblan nuestra costa se llaman por teléfono sin necesidad de teléfono. Buena parte de los germanos, eslavos, sajones y amerindios que desembarcan en nuestras orillas a bordo de cruceros gritan para saludarse como si les fuera la vida en ello. También ellos, por tanto, deberían aplicarse el parche.

Hasta aquí, todo correcto. Lo sorprendente es que De la Torre proponga esta práctica como medida para paliar el exceso de ruido en la ciudad. Bueno, en realidad no sorprende: a nuestro alcalde le encantan estos ejercicios de surrealismo paternalista ante los que no hay más remedio que sonreír de medio lado ("Si bajo la voz, el silencio reina", dijo, como un Tomás de Aquino cualquiera). Lo divertido es que salga con esto después de haber convertido el centro en un parque temático de ocio y esparcimiento definido estrictamente a base de terrazas al aire libre, junto a las que (no hace falta ni sentarse a tomar algo) tienes que levantar la voz sin remedio si quieres comunicarte con quien camina a tu lado. Tenemos una jauría permanente sostenida a mayor gloria del sector hostelero por la que el Ayuntamiento incumple su propia normativa de ruidos y el alcalde alaba la virtud del susurro: es demasiado bueno para ser cierto. Yo ya tengo a punto mi cartel de Se prohíbe el cante.

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