La sociedad, esta incansable fábrica de etiquetas, no tiene suficiente con adscribirnos a distintos rebaños: ambiciosos o inconformistas, revolucionarios o indolentes, optimistas o pesimistas, fachas o comunistas, pro o anti; incluso nos endosan la etiqueta de tibio si no nos identificamos con ninguno de los extremos propuestos. Aquí nadie se libra, tienes que ser algo. Porque así funcionan los rebaños, todo debe estar bajo control y compartimentado. Y si te da por pensar por tu cuenta o rebelarte, también hay una categoría para ti: oveja negra. Y así hay quien vive obsesionado con lo absoluto, como si fuéramos maniquíes en vez de personas, cada uno tiene que lucir en un lugar establecido.

No contentos con ello, cómo sentirnos parece que debe llevar una etiqueta. Es una suerte lo mucho que se ha avanzado en los últimos años en la inteligencia emocional y la salud mental. Los terapeutas cada vez más dejan de ser vistos como doctores Frankenstein para acomodarse en la misma horquilla de normalidad que un traumatólogo o una ginecóloga. Un problema de corazón o mente se va asumiendo mejor y se equipara al mismo estrato que uno de riñón o estómago. Aun así, otros absolutismos también nos amenazan en este ámbito: conceptos como la zona de confort. Tras tanto tiempo preguntándonos caminos, remedios y terapias para estar contentos, esa ansiada isla de felicidad, paz y calma la pervertimos, le buscamos una tormenta tropical y la convertimos en la zona de confort. De modo que ya no eres feliz, sino conformista. No sientes paz, ahora es acomodamiento. Y la calma se vuelve inmovilismo.

La zona de confort es un resorte para llevarnos a explorar nuestro interior y el mundo de nuevas maneras. Una alerta que nos avisa de que siempre hay más por descubrir. Un Pepito Grillo que te lleva a preguntarte si aún buceaste bien por tus capacidades y sueños. Un recuerdo, sin la agresividad del mensaje que enarbolan un cáncer o la muerte de alguien cercano, de que cada día hay que optimizarlo y saborearlo. Lo que no me gusta es cuando te quieren disfrazar tu felicidad de zona de confort. Probablemente de alguien infeliz que envidia tu estatus y quiere sacarte de la burbuja en la que ansía estar.

Y en cambio, no leo a menudo en los medios, en las ingentes publicaciones de redes o en nuestras conversaciones, que se hable de su antagonista: la zona de disconfort. Sí del concepto que subyace, no resignarse al momento de penuria, rebelarse ante el no puedo. No obstante, puede que muchos ni siquiera se hayan planteado el concepto de zona disconfort (no descarto que, como toda moda, sea uno de los conceptos por venir en las próximas etapas de análisis de pensamiento y comportamiento humanos).

No hace falta conceptualizar ambos escenarios para saber que con frecuencia nos enfrentamos a ellos. Pero no se le pueden servir en la misma bandeja al conformista que al infeliz. Por eso nuestra vida no es una zona ni otra, sino la pasarela que transitamos para ir moviéndonos entre ambas sin perder el equilibrio. Y nuestra actitud vital será la que dictamine si caminamos por ella como un funambulista en una cornisa o un paseante por una avenida. Pero no dejes que nadie le ponga etiquetas a tu manera de vivirlo. No dejes que te conviertan en un estereotipo pudiendo ser un tipo que viva ambas zonas en estéreo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios