Entre bambalinas

El silencio de la rebeldía

El silencio de la rebeldía

El silencio de la rebeldía / Álvaro Cabrera

HOY se repetirá el silencio. La luz se filtrará por los grandes ventanales abiertos al Barroco pero no habrá un cajillo para recibir el reflejo del fulgor. Hace apenas dos años parecía impensable que la parroquia de los Santos Mártires, la gran casa cofrade del centro histórico, pudiese detener su actividad y que, llegados a un Lunes Santo, no hubiese un minuto de oración madura y confiada de los hermanos de la archicofradía de Pasión. Pero las obras y el tiempo de pandemia han conseguido que Málaga amanezca hoy con esta estampa.

Una tarde de Lunes Santo, mientras Crucifixión desplegaba su cortejo por Mariblanca y la hermandad de la Columna congregaba a la mayoría laica en la calle de los Frailes, en el interior de los Mártires el rigor se hacía excelencia. Los hermanos de Pasión mantienen su sello característico. Habitual para sus hermanos, una experiencia para los que le ven desde el otro lado. Es el sello hecho a base de compromiso y constancia que se puede entender cualquier día del año en la calle Convalecientes.

Cuando la puerta se abría, todo ya estaba de sobra dispuesto. Y en la cadencia de un caminar marcado por el ritmo del tambor que no tiene prisa por agotar su jornada se producía la salida paulatina del templo de Ciriaco y Paula. Entre sus filas nazarenas y los acólitos de ambos tronos, casi sin saberlo, un grupo de adolescentes compartían una tradición que se convertiría en duradera. La pertenencia a una hermandad siempre acarrea que, entre los coetáneos en edad, exista un punto de encuentro que, bien cuidado, se convierte en un vínculo.

Ese mismo punto de seriedad, en el atardecer anaranjado del oeste, se respira en el interior de Santo Domingo cuando piden de nuevo paso para la Virgen de los Dolores. Las filas del anonimato dispuestas. La puerta abierta. El perfume del incienso caldeando el ambiente. En esa penumbra, escondido en un rincón, un joven que se debate entre mantener la tradición heredada de sus padres o vivir la vida que desea observa a la figura que delante se yergue hecha un manojo de nervios. Su hermana pequeña le acompaña con la vela por primera vez. Y por ella, por la que daría su vida entera, decidió apuntarse un año más a vestir de negro a pesar de que sus hormonas ya le piden calle.

Porque sí, la adolescencia siempre pide algo más. Buscar a la carrera a la banda que acompaña a María de la O mientras resuena el Himno de Andalucía o localizar, en la cabeza de procesión de los nazarenos del Buen Pastor, a un amigo que no ha querido perderse la salida de su cofradía otro año más pero que lo reconoce: “es que salir con la vela ya me aburre”. Ese día no sabía que, aún hoy, seguirá bajo el trono de la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad hasta que el cuerpo aguante.

Entre las muchas filias juveniles está la de ir a la moda. Ser popular, de lo que la mayoría establezca. Por eso, muchos nazarenos se acicalaron para salir ese mismo año en las filas nazarenas de Estudiantes, que no dejaban de crecer. Los que aprendieron que ser tendencia es pasajero decidieron buscar otros frentes. Sin embargo, los cofrades de Alcazabilla han sabido renovar sus orígenes y crear su escuela, garante de futuro. La misma moda que fuerza a muchos a ser del Cautivo cada Lunes Santo. Eso sí, el influencer en este caso es la abuela. La que remataba siempre su nuevo calendario de pared con la estampa del Señor de Málaga ajada y amarillenta por los años. Ella, que regaló a su hija el nombre de Trinidad, es la única contra la que sus nietos no son capaces de rebelarse. Y si la abuela pide ir al Puente de la Aurora para ver el vuelo de la túnica del Cautivo cuando vuelve hacia el barrio… por ella, lo que haga falta.

En toda esa etapa de descubrimientos, de alteración de las conductas, de rebeldía infinita –como la paciencia de los padres–, las hermandades han sido las más inteligentes. Ofrecen un espacio de encuentro a jóvenes con inquietudes semejantes, que comparten también sus dudas y sus miedos. A los que, un buen día, alguien invita a ese montaje de cultos donde se descubre la magia que hay tras los altares: esfuerzo, dedicación y las mejores ideas.

Todos ellos hoy se escurren de los límites de sus padres para encontrarse con las devociones. Las que les hicieron dudar, las que fueron una moda, a las que nunca olvidarán. Y, cuando llegue el verano, volverán a compartir sus vivencias y recuerdos. Conformando, sin pretenderlo, un grupo de amigos inseparable que encontrará otra forma de vivir esa verdad que la fe regala en lo escondido. Pero, a pesar de todo, seguirán estando lejos de ese reencuentro con el más perfecto de los silencios.

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