Moneo se da la mano con el Metro

el prisma

Cualquier inversor pasará de largo al ver que la oposición tumba el proyecto de Hoyo de Esparteros en contra de los informes favorables y de que el alcalde incumple su firma y torpedea el suburbano

SI echo mano de mi cartera, lo mucho que puedo encontrar es la calderilla suficiente para pagarme un café. Poco más que rascar. Lo mío es lo de la inmensa mayoría de esta ordinaria población que capea el temporal como puede. Sobrevivo, sin queja, sin pena. Pero sin gloria. Me doy por satisfecho. Y en esa anodina normalidad presupuestaria a uno le da por imaginar lo que todos hacemos en algún momento de nuestras vidas: ¿y si fuese millonario? No tengo ni la menor idea de qué sería lo primero que haría. Lo que sí les aseguro es que no invertiría en Málaga. No son buenos tiempos para la lírica, que diría aquel. Y aunque son muchos los que aún siguen poniendo sus ojos en la capital de la Costa del Sol, los últimos episodios que rodean el devenir de la política municipal generan no poca sospecha.

Ya que se trata de desembolsar los millones, mejor hacerlo en aquellos lugares en los que las garantías son plenas. Si a algo han podido contribuir en los últimos meses el alcalde, Francisco de la Torre, por un lado, y los grupos de la oposición, por el otro, es a debilitar de forma significativa los pilares de la siempre necesaria seguridad jurídica. Ninguna empresa ni inversor en su sano juicio pondrá en riesgo sus dineros cuando cabe la posibilidad de que el mandatario municipal incumpla lo que firma o el bloque político ahora mayoritario en la Casona del Parque se pase por el forro los informes positivos de los técnicos para bloquear según que iniciativa.

El voto negativo emitido esta misma semana por el Consejo de Urbanismo al proyecto de urbanización de Hoyo de Esparteros, dejando en el limbo la licencia de obras, es al PSOE, a Málaga Ahora, a Málaga para la Gente y a Ciudadanos, lo que el protocolo de intenciones del Metro es a De la Torre. Todos tienen que callar, nadie puede levantar la mano y presumir de su pureza. Y eso es un problema serio para la ciudad. Porque pone sobre la mesa la escasa credibilidad de unos dirigentes políticos que han de ser fieles a aquello que acuerdan, sin coacciones de por medio, y que debieran respetar los cauces legales de los que toda administración se dota.

Si el primero de los supuestos apunta de manera directa al regidor, que hoy sigue sin revisar su enmienda a la totalidad al proceso de ampliación del ferrocarril urbano hasta el entorno del Civil, por más que su firma esté impresa en el acuerdo; el segundo cuestiona el proceder de unos grupos que distorsionan el sentido del debate, queriendo aprovechar la debilidad del equipo de gobierno para reformular el modelo de ciudad. Y lo hacen tomando como referente el hotel de Moneo, sus diez alturas y su ocupación del espacio ahora destinado a una antigua pensión, La Mundial.

Si políticamente resulta respetable el afán de parte de estas siglas políticas por hacer de ese inmueble un icono en la defensa del patrimonio, no lo es tanto pervertir el normal proceder administrativo de un proyecto que, a su pesar, ha cumplido todos y cada uno de los trámites urbanísticos exigidos hasta la fecha. Puede argüirse que la promotora del citado establecimiento sigue sin pagar la deuda contraída con el Ayuntamiento casi año y medio después del plazo establecido. Y siendo cierto el apunte, no lo es menos que la mercantil, por deseo del propio Consistorio, se beneficia de un aplazamiento que no vence hasta el 1 de diciembre de este mismo año. Cinco meses tienen aún por delante para satisfacer los algo más de 6 millones que debe a las arcas públicas. De no expresarse lo contrario, la empresa tiene el derecho de su parte.

Por eso, quien escribe, sin dar pábulo a los mensajes coactivos del alcalde ni recordar las posibles o no posibles repercusiones patrimoniales sobre los concejales, no acaba de entender lo ocurrido en la mañana del pasado martes. La actitud de Juan Cassá, que justamente para ese consejo ocupó el asiento habitualmente destinado a Alejandro Carballo, fue de lo más cuestionable. Un lacónico no para expresar el voto, sin argumento alguno, sin dar la opción a los presentes a atender a las razones del mismo. Sólo después, primero vía Twitter y, segundo, con una nota de prensa, Ciudadanos se reafirmó en que votaba no por la inexistencia de garantías por parte del privado de pagar. Y la actitud del alcalde, igualmente reprochable, cuando con una urgencia innecesaria para un asunto del que se viene hablando tantos meses, buscó a última hora hacer reconsiderar a su socio de investidura. Como era previsible no lo consiguió.

El proyecto al que pone su firma desde hace años Moneo y el Metro, que tantos años lleva poniendo su firma sobre la ciudad, se dan la mano. Al menos en lo que al escaso grado de credibilidad transmiten los representantes públicos e institucionales que debieran velar por el devenir de la ciudad. Lo hacen a su manera, buscando acomodar la realidad al mejor de sus intereses y, posiblemente, teniendo poco presente qué es mejor para la urbe. Una asignatura que sigue pendiente de aprobar. Nadie parece de fiar.

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