Calle Larios

Continuidad de los parques

  • El crecimiento y la proyección de Málaga siguen sirviendo de motivos de admiración a propios y a extraños. Pero el desarrollo urbano no ha sido precisamente equilibrado en todos los órdenes

Una zona verde no es un capricho, sino un derecho cívico. Y no, no va necesariamente en detrimento de las inversiones en turismo.

Una zona verde no es un capricho, sino un derecho cívico. Y no, no va necesariamente en detrimento de las inversiones en turismo. / Javier Albiñana (Málaga)

No falla: quedas en el centro con alguien de fuera que ha venido a Málaga a pasar unos días para, pongamos, actuar en una obra de teatro y de inmediato el presunto, o presunta, se deshace en elogios lanzados a la ciudad, ensalzada como ejemplo de desarrollo urbano, cultural y económico. Es que vine a Málaga hace quince o veinte años y no tenía nada que ver, entonces casi daba miedo pisar el centro, no había museos, casi no había teatros, ni muchos sitios a los que ir; pero ahora hay una oferta tremenda para todos los gustos, siempre hay algo que hacer, es fantástico: he aquí, más o menos el dictamen general de los visitantes, en su mayoría encantados con la peatonalización de las calles principales de la ciudad, los museos, la oferta gastronómica, las actividades culturales y de ocio programadas a diario y otros muchos atractivos. Uno, entonces, se encoge de hombros, admite que sí, que Málaga está preciosa, que es una ciudad ideal para pasar unos días y mucho más aún para vivir, a pesar de todo: por algo vivimos aquí. Sacas a colación las obras del metro, el cauce seco del río, la gentrificación, los chiflados de los patinetes, la suciedad de los barrios y algunos otros peros y la respuesta, de nuevo casi general, pasa por considerar estas cuentas pendientes como precios a pagar de manera casi inevitable cuando se ha hecho apuesta decisiva por el desarrollo turístico a escala masiva, eso que llaman ponerse en el mapa. Pero mientras el ladrillo vuelve a ocupar volúmenes de negocio similares a los previos a la crisis, para desconfianza del personal, va quedando más o menos demostrado que, ante las dificultades que reviste la expansión de cualquier otro tejido industrial, el turismo sigue siendo la respuesta: que se lo digan si no a nuestros representantes institucionales que han ido esta semana a Fitur a plantar cara a los taxistas en huelga y a promocionar productos a veces inverosímiles cuando no directamente ridículos, pero es que el turismo es así: necesariamente ridículo, pintoresco, primario, conformado, inclinado a dar penita. Fuera del turismo, que diría el profeta, no hay salvación; de ahí que no haya más remedio que quemar hasta el último cartucho cuando los índices de ocupación hotelera amenazan con flaquear un mínimo porcentaje. El turismo nos ha traído hasta aquí, sea lo que sea esto: ha logrado que se hable de Málaga en todas partes, que se brinde como una ciudad amable y apetecible y que se estudie como modelo de transformación urbana cuando, para ser honestos, lo único que ha cambiado aquí es la cesta para poner los huevos del turismo. Pero, a lo que iba: Málaga, dicen quienes vienen a verla, está espléndida. Y lo que no lo está aún forma parte del guión, no hay de qué preocuparse. Todo se andará.

A veces uno tiene la ocasión de jugar al juego contrario: de hacer de visitante en ciudades que tienen o han tenido una larga tradición como destino turístico, mayor incluso que la de Málaga. Y ya sea en el resto de España o en alguna que otra plaza europea de dimensiones similares y con transformaciones comparables a la de Málaga a sus espaldas, reconvertida quizá en foco de atracción para el turismo tras un pasado de índole industrial o de otro tipo, cabe concluir que las ciudades que con más éxito han consolidado esta proyección son las que, además de potenciar todo sus valores turísticos, han reforzado por igual y en paralelo los recursos para garantizar la calidad de vida de sus vecinos. Es decir, el bienestar de los habitantes de una urbe cualquiera no se da a pesar de la inversión para la captación de turistas, sino que muy a menudo lo primero juega a favor, también, de lo segundo. Y tal vez habría que tomar nota de que la evolución por la que ahora Málaga gana la admiración de tantos no se ha dado de forma equilibrada y en todos los órdenes; es decir, que las cuentas pendientes no son meros males transitorios, sino consecuencias de políticas desacertadas. Si hubiera que poner un ejemplo, el más clamoroso, el que mejor explica que los deberes sólo se han hecho parcialmente, es el triste recuento de zonas verdes que podemos ofrecer hoy día. Málaga es una ciudad del siglo XXI con un parque del siglo XIX e incapaz de ganar el gran parque urbano que inexplicablemente no tiene (lo que sí tiene, eso sí, son gatos por liebre como Arraijanal). Estamos en el mapa, sí. Pero no para todos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios