Calle Larios

La cuenta de la cuarta ola

  • Tal vez el deporte más extendido a estas alturas sea el mismo que en la Edad Media: la caza del culpable

  • Pero también en estas cuestiones hay clases, divisiones y privilegios

Las colas en la Trinidad han sido motivo de escándalo. Pero el partido decisivo se jugaba en otra parte.

Las colas en la Trinidad han sido motivo de escándalo. Pero el partido decisivo se jugaba en otra parte. / Marilú Báez (Málaga)

A este extraño Domingo de Resurrección le corresponde, como a la Semana Santa precedente, una celebración en tránsito, particular, íntima, casi luterana, hacia adentro. Más allá de las indicaciones del calendario litúrgico, también hoy terminan las vacaciones, no menos anómalas: los que nos hemos conformado con la clausura provincial seguiremos en las mismas y los que llegaron desde otros territorios en avión se largarán por donde vinieron. Sin embargo, resulta inevitable cierta amargura de transición, de vuelta a las andadas, como si correspondiera cerrar un paréntesis en el que, ciertamente, ha pasado algo distinto y excepcional. No la Semana Santa que conocíamos, pero sí, tal vez, una ilusión de la misma, al cabo una impresión del trabajo hecho. Lo que nos espera a partir del lunes, que los sabios canónicos de la Junta de Andalucía han decidido considerar no lectivo, será el tímido asomar de la patita, hay alguien ahí, llueve o hace sol, a ver quién es el primero que saca la cabeza. Sí, hay una pandemia ahí fuera. Todavía. Francia y Alemania están confinadas a cal y canto (por allá se suben a la tercera ola, pero qué sabrán esos europeos: para adelantado nosotros, que ya vamos por la cuarta), los últimos datos son de todo menos esperanzadores, la vacunación sigue sin alcanzar su ritmo óptimo, el alcalde está que no le llega la camisa al cuello y el desgaste en los hospitales es ya irreversible. De modo que volvemos a la rutina, o a esta nueva rutina marcada a fuego por inseguridades y miedos, con todo el mosqueo, por derecho, respecto a lo que nos espera: la posibilidad de nuevas restricciones, el adelanto del toque de queda, la reducción de aforos y reuniones, menos libertad de movimiento y, de nuevo, el chasco. Cuando los malos presagios se cumplan, al fin, llegará el turno de hacer cuentas y repartir las culpas. Este deporte, la caza del responsable, se nos sigue dando de lujo desde la Edad Media. Y, de hecho, los más dispuestos a la alerta hacen bien su trabajo: buena parte de la opinión pública no ha dudado en señalar las colas armadas estos días ante iglesias y hermandades para ver las tallas que se quedaron sin procesionar como causantes del desastre, de antemano y sin paliativos. Vuelve a darse, como sucedió en Navidad bajo el alumbrado de la calle Larios, una paradoja singular: los que saben del asunto por las fotos publicadas en la prensa y en las redes sociales son los primeros en llevarse las manos a la cabeza y poner el grito en el cielo, mientras que los testigos directos suelen ser considerablemente más cautos. Si hay algo que sabemos es que las crecidas de la pandemia no responden a factores aislados, pero esto en el fondo da lo mismo: a nuestra especie le gusta convencerse de que no tiene remedio, de que todo está perdido. Y, desde luego, razón no le falta.

Si hay algo que sabemos es que las crecidas de la pandemia no responden a factores aislados, pero esto en el fondo da lo mismo

Esta semana he visto varias de estas colas pasionistas. Es cierto que el lunes pasado se armó una bulla notable en la Trinidad para ver al Cautivo y que no siempre las distancias de seguridad quedaron respetadas como habría sido deseable. Sin embargo, en la inmensa mayoría de las otras colas eran ciudadanos pacientes, cubiertos con sus mascarillas y convenientemente separados al aire libre los que esperaban su turno. Además, en cada templo se distribuía gel hidroalcohólico, por no hablar del empeño voluntarioso de las propias cofradías en evitar aglomeraciones y dirigir el gentío con las mayores garantías, lo que no era fácil. En semejantes condiciones, y esto ha quedado ampliamente demostrado (las actividades culturales llevan casi un año dando fe de ello en cines, teatros, museos y otros espacios cerrados), es muy difícil que se produzcan contagios. Pero también he podido ver estos días, como cualquier hijo de vecino que se haya dejado caer por el centro, las terrazas de la Plaza de Uncibay, del Soho, de la Plaza de las Cofradías, de la Plaza de la Merced y otros entornos atestadas, con mesas dispuestas a escasos centímetros y legiones de consumidores sin mascarillas. Al igual que las fiestas nocturnas que se han seguido produciendo en Beatas y Comedias hasta el mismo límite del toque de queda (en ocasiones también algo más allá) con las estampas conocidas por todos. Si se trataba de señalar un caldo de cultivo, estaba ahí, delante, clarito y bien visible. Un año después, sabemos que es en esta liga donde se juega el partido. Sin embargo, el señalamiento y la presión general son aquí menos tajantes. Mejor, ya se sabe, nacer en buena cuna.

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