Málaga: la ciudad a la última

Calle Larios

Ya no es suficiente con que todo el mundo quiera venir aquí: Málaga se ha convertido en un depósito de experiencias importadas, pero habrá que cuidarse de los caballos de Troya

Málaga: la ciudad suplantada

¿Acaso duda alguien de que los turistas serán los primeros en remojarse? / Javier Albiñana

Se lamentaba hace unos días un amigo de la escasa implicación de “la juventud de hoy”, sea lo que sea eso, en las “causas justas”. En nuestra conversación intenté hacerle ver que la proyección común de una juventud frívola y desentendida es profundamente injusta además de prejuiciosa, pero no sirvió de mucho. Supongo que cada uno gestiona sus prejuicios como puede. La cuestión es que después me quedé rumiando aquello de las causas justas. Karl Popper desconfiaba de las mismas porque entendía que una sociedad acrítica y sin suficiente formación intelectual pero entregada sin reparo a la defensa de las causas justas representaba el caldo de cultivo perfecto para los totalitarismos. Y, bueno, algo de eso podemos constatar hoy día. Pero hay un peligro aún mayor en relación con las causas justas: que se pongan de moda. Esto es, que se incorporen al calendario de las movilizaciones festivas, que sean percibidas como convocatorias atractivas, distendidas y exentas de contenido o, mejor aún, de compromiso real, por lo que se pasa a defender las causas justas igual que se cultivan ciertas aficiones o se consumen ciertos productos, sin que nos juguemos mucho a cambio. Creo que, para definir esta coyuntura, podemos rescatar un término algo vetusto pero tal vez eficaz: el kitsch. Conocido por su manifestación colorista y hortera, el kitsch nació en el siglo XX como parodia de las vanguardias y proponía zonas de confort allí donde el arte reivindicaba la perturbación. En realidad, el kitsch fue un instrumento de control político que imitaba los procesos rupturistas para divulgar una estética de la aceptación y la mansedumbre. Sus efectos, como advirtieron Adorno y Benjamin, han sido letales en la cultura: podemos comprobar de hecho el apogeo del kitsch en Málaga, donde hay mucha cultura pero con muy pocas ganas de incomodar, donde tal cultura apenas genera discursos críticos y si los hay se refieren a cuestiones conceptuales o abstractas, lejos de los problemas reales de la ciudadanía (recuérdese, por ejemplo, la tibieza con la que el sector cultural ha despachado las políticas municipales en materia de vivienda). Pero, ojo, el kitsch va mucho más allá.

De modo que aquí está en todo su esplendor el 'kitsch', que se define por la frivolidad y la estupidez

Viene todo esto a cuento de la “batalla naval”, así llamada, que los organizadores de la ya tradicional batalla naval de Vallecas, en Madrid, han convocado para el próximo 20 de julio en el centro de Málaga. La idea es que el personal se acerque con pistolas de agua, cubos o cualquier otro recipiente para que los asistentes se remojen a gusto en plena calle. La cita tiene además un carácter reivindicativo: en Vallecas se celebrará el evento el mismo día por el derecho a la vivienda. En Málaga, sin embargo, el lema es bastante más difuso: el objetivo es “tomar la calle y llenarla de agua y alegría”, para que por un día “la calle sea solo nuestra” y “los guiris se queden flipando”. Vaya, digamos que de lo que se trata es de reivindicar la recuperación de los espacios públicos para la ciudadanía, lo que puede resultar muy loable. Y, bueno, no sé qué pensarán ustedes, pero la decisión de obviar en Málaga el problema real, el del acceso a la vivienda, para proponer una fiesta en la que “los guiris se queden flipando” huele a caballo de Troya a quilómetros. Semejante estrategia viene a dar la razón a Jacobo Florido: parece que no hay relación alguna entre la proliferación de viviendas turísticas y el exilio al que se ven abocados cada vez más malagueños. Se trata entonces de pasarlo bien, de echar unas risas, de ponernos empapados pero concienciados, eso sí, de que hay muchos turistas, como si eso fuese el problema, como si tal causa no generara más efectos. De modo que aquí está en todo su esplendor el kitsch, que se define por la frivolidad y la estupidez. Es dolorosamente frívolo que se anime a la gente a derrochar agua cuando en tantos municipios de la provincia vuelven los cortes del suministro; y tendrá mucho sentido hacer esto en Madrid, pero en Málaga, a pocos metros de la playa, es decididamente estúpido.

La desobediencia consiste en denunciar que el emperador va desnudo, no en que los guiris se queden flipando

Imagino que los concejales que tildaban de “amargados” a los que se manifestaban en las calles por una vivienda digna ahora habrán quedado contentos: por una vez, esta gente quiere pasarlo bien, con alegría. Frente al kitsch, sin embargo, cabe recordar que Málaga afronta problemas sociales de gravedad y que para reivindicar los derechos de la ciudadanía a menudo hay que hacer y decir lo que nuestros responsables públicos no quieren que hagamos ni digamos. La desobediencia consiste en denunciar que el emperador va desnudo, no en que los guiris se queden flipando, porque para eso ya está la Junta de Andalucía. Ahora que tantos aficionados del Málaga se llevan las manos a la cabeza ante la evidencia de que las instituciones públicas quieren cambiarles su equipo por otro, como en un tocomocho de alto standing, igual es buen momento para reparar en que eso es justo lo que llevan haciendo con la ciudad desde hace años, con el apoyo inestimable del kitsch. Que Málaga estuviera a la última consistía también en esto. Ojalá la sociedad civil esté a la altura. Porque es lo único que nos queda.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último