Málaga o el interés general
Calle Larios
Es interesante que se justifique la idoneidad del rascacielos del Puerto no por lo que la construcción será, sino por lo que traerá aparejada: para ganar el espacio público hay que entregar la ciudad
Málaga en sus librerías
Lo bueno de Málaga es su carácter previsible: siempre puedes confiar en que las cosas terminarán saliendo de una determinada manera. Tal predestinación parece agudizarse cuando se trata de proyectos emblemáticos, ya saben, los museos de museos, las guindas del pastel, todo eso que viene a prometernos el rango capitalino que merecemos por derecho y que a veces asoma como a tiro de piedra. Hay gente de Málaga que vive su ciudad como si fuera una canción de los Dire Straits: vale, a lo mejor el tema no es gran cosa, pero espérate al solo de guitarra, ya verás, el solo es un alucine. Y en esas estamos, a la espera de que Mark Knopfler haga el solo de una puñetera vez y podamos ponernos con otra historia. Lo que pasa es que a veces el guitarrista no está muy inspirado, o directamente no tiene ganas, como le pasó de hecho al propio Mark Knopfler cuando tocó en la Malagueta hace unos años. Se hace de rogar, ya saben. Ahí viene la Capitalidad Cultural, pues no, entonces vamos a ver si llega la Exposición Mundial, tampoco, bueno, algo tendrá que suceder entonces, a ver si es que vamos a estar haciendo aquí el tonto. Compramos marcas y productos de contrastado éxito internacional como la Comic Con y luego todo el mundo se queja, definitivamente alguien nos tiene manía. Y entonces, ahí está, el rascacielos del Puerto, la solución definitiva. Pero ahora de verdad, con el sello de David Chipperfield, un Pritzker nada menos, chupaos esa, sevillanos de pacotilla. Pero la marca Málaga es más fuerte que sus propias expectativas: la primera vez que presentaron el diseño del edificio no se veía nada, todo quedaba oculto por la niebla como en una broma de mal gusto, os gusta llamarlo taró, pues tomad taró. La segunda vez ni siquiera la presentaron, decidieron filtrarlo antes a la prensa y tanto el alcalde como las demás autoridades tomaron las de Villadiego antes de dar la cara con los promotores, hasta luego Lucas. A Chipperfield, claro, después de que el buen hombre admitiera que su trabajo merma la calidad de vida de las ciudades pero es lo que hay, ni siquiera se le esperaba. Si alguien en su sano juicio decidiera tomarse esto en serio terminaría jugándoselo todo al cinquillo. Sería la salida más honesta.
Pero he aquí que los promotores sí tenían un as en la manga. Porque, bueno, más allá de los que van a hacer negocio con el pelotazo, tampoco quedaba claro qué iba a ganar Málaga con un proyecto destinado a liquidar su paisaje más característico, criticado y denunciado a espuertas por la Unesco, la Academia de San Telmo y otras instituciones respetables. Lo de que iba a generar muchos puestos de trabajo nadie lo ponía en duda, pero siempre podían poner el hotel en otra parte (aunque, bueno, ahí están los hosteleros de la Costa del Sol quejándose cada verano de que les falta mano de obra y de que nadie quiere trabajar, ¿en qué quedamos, entonces?). No, faltaba un ingrediente más, algo que terminara de convencer a los recalcitrantes objetores de la opinión pública: el interés general. Hagamos un resumen de noticias: el hotel no se puede construir en el dique de Levante porque la ley lo prohíbe. El Consejo de Ministros, sin embargo, podría autorizar la elevación si se argumentara que la misma abunda en el interés general de la población. Solución: un bonito parque en forma de paseo entre la Farola y el hotel, de 1’3 kilómetros de largo para solaz de los peatones, costeado con los fondos europeos. De hecho, todavía en la infografía presentada en la reválida tal parque resulta más visible que la anodina torre. Aunque, claro, todo el mundo sepa que de lo que se trata es de prolongar un tanto más allá los tapones de tráfico que afectan al entorno del Paseo de la Farola cada temporada alta con tal de que los usuarios del hotel no se mosqueen mucho. Aunque los bonitos árboles que decoran el diseño no vayan a verse así de frondosos hasta dentro de medio siglo. No importa. Cómpralo. Necesitamos el solo de guitarra antes de que el personal se aburra.
El CEO de la promotora Andalusian Hospitality, Jordi Ferrer, utilizó una expresión definitiva al respecto: este paseo, afirmó, “devuelve el mar a la ciudad”. Sí, se refería a Málaga. Y se quedó tan ancho. Pero aquí radica el interés general del rascacielos: no en sí mismo, no en aquellos puestos de trabajo de los que tanto se había hablado, sino en lo que no tiene que ver con el mamotreto. Es un poco como cuando, para cantar las bondades de las torres de Repsol, el Ayuntamiento divulga otra infografía en la que no hay ni rastro de las torres pero sí se ve un hermoso parque. Esto es, una versión refinada del timo de la estampita. Las reglas están claras: si quieres el espacio público, tienes que entregar la ciudad. Como el chiste aquel de “o nosotros, o el caos”. Un servidor haría a los señores de Andalusian Hospitality, a los demás promotores, a Chipperfield y al Mark Knopfler de turno una humilde propuesta: hagan ustedes el paseo con los árboles y los bancos y dejen el horizonte de Málaga en paz. Verán cómo entonces una inmensa mayoría sí se pone de su parte. Y acudan por supuesto a los fondos europeos, que para eso están. Lo que no está del todo bonito es venir a comprar la ciudad y luego quedar como que nos están haciendo un favor. Así que, por favor, ahórrennos su caridad. Un besito.
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