Miniaventuras en MiniMálaga
Calle Larios
El plan era tener una ciudad grande, pero a costa de que los ciudadanos tuviésemos una vida cada vez más pequeña, lo que entraña una contradicción de muy difícil (y dolorosa) resolución
Más inútil que las jacarandas

Málaga/Una de mis distopías favoritas tiene forma de canción: se trata de Get’em out by Friday, un tema de Genesis grabado en 1972 con letra de Peter Gabriel, entonces cantante y compositor del grupo. Sí, me refiero a veinteañeros británicos, hippies, melenudos, que en sus conciertos de entonces vestían disfraces y máscaras, pero lo siento, es lo que hay. La canción, incluida en el álbum de Genesis Foxtrot, puede leerse como un relato. De hecho, está ambientada cuarenta años después de que fuese escrita, en 2012, y tiene varios personajes presentados con sus nombres y apellidos. La acción tiene lugar en una ciudad en la que, de un día para otro, los precios del alquiler de las viviendas suben al doble (¿les suena?). Inmediatamente se ordena la expulsión de todos los inquilinos que no puedan hacerse cargo de los nuevos costes, pero quienes en un principio demuestran que sí pueden afrontarlos terminan siendo expulsados igualmente tras sucesivos aumentos. El relato sigue de cerca la desventura de una familia que, a pesar de todos los esfuerzos, se ve obligada a dejar su residencia. Mientras tanto, una empresa de ingeniería genética compra a los propietarios todas las viviendas que han quedado vacías. Y es que la operación formaba parte de un proyecto genial: esta empresa, Genetic Control, anuncia una intervención científica general por la que todos los ciudadanos perderán cuatro pies (unos 120 centímetros) de estatura, con lo que sus necesidades de espacio se reducirán a algo más de la mitad. De manera que la misma Genetic Control hace otro anuncio para una reforma urbanística sin precedentes por la que de cada vivienda registrada en el parque urbano se extraerán dos, con los consiguientes beneficios para la firma. Con esta parodia, Genesis estaba expresando su parecer (compartido por buena parte de la juventud británica de aquellos años) sobre la liberalización del suelo emprendida por el entonces primer ministro, Edward Heath, y que poco más tarde prolongaría Margaret Thatcher (y ya en los 90 José María Aznar en España) con las consecuencias bien conocidas por todos.
Me acordé de Get’em out by Friday (algo así como Los quiero fuera el viernes) cuando hace unos días el alcalde, Francisco de la Torre, anunció su plan para la construcción de minipisos de entre 35 y 40 metros cuadrados, “muy baratos” y dirigidos especialmente a jóvenes a modo de solución provisional para el problema de la vivienda en Málaga. La idea sería, apuntó el alcalde, que la gente habitara estas viviendas reducidas en un plazo que estimó de entre siete y ocho años, a partir del que ya estarán en condiciones de acceder a otra vivienda mayor. Ciertamente, 35 metros cuadrados no son muchos, pero si quienes fuesen a vivir en ellos tuviesen una altura de entre 50 y 60 centímetros, la cosa cambiaría. Lo cierto es que Málaga ya dispone de un parque notable de minipisos (esto es, viviendas de la dimensión señalada) a disposición de los inquilinos, en un porcentaje no muy amplio pero sí superior a la media andaluza respecto al total de la vivienda en alquiler. Y el precio medio supera con holgura los 700 euros, lo que no se puede decir que sea barato para la gente recién llegada a la edad propia de independizarse. Es decir, que si los precios de los minipisos anunciados van a ajustarse a lo que ya hay y van a seguir creciendo al ritmo de los últimos años, habrá que ver quién termina metiéndose en ellos. Por muy pequeñitos que sean.
Cuestión aparte es la esperanza puesta por el alcalde en la capacidad que tendrán los inquilinos para acceder a otra vivienda mayor y dejar por tanto los minipisos pasados siete u ocho años. En virtud del ideario propuesto por De la Torre, podríamos entender que tal periodo sería suficiente para que los inquilinos adquiriesen un nivel formativo superior capaz de garantizarles puestos de responsabilidad y un poder adquisitivo de la holgura requerida, pero me temo que, especialmente en Málaga, la realidad es más tozuda: según los datos del SEPE, el 92% de las contrataciones laborales realizadas durante el año 2024 en la provincia tuvieron como beneficiarios a trabajadores sin estudios universitarios. Más aún, el 70,76% de los contratos fueron firmados por personas con la ESO o una titulación inferior, es decir, el graduado escolar o ni siquiera. El porcentaje para quienes sí tienen un título universitario se queda en el 8,2%. Vaya, que como ha sucedido siempre en esta bendita tierra, si quieres estudiar, salvo que tengas una suerte morrocotuda, lo suyo es que te vayas preparando para buscarte la vida en otra parte; y sí, claro, es estupendo conocer mundo, aprender idiomas y todo eso, pero también lo es tener la opción de quedarte o de volver cuando quieras. A tenor de estos datos, cabe esperar que la mayor parte de los inquilinos de los minipisos van a estar, como casi todo el mundo que trabaja en Málaga, sujetos a estacionalidades estrictas y con serios problemas para aumentar su poder adquisitivo al nivel del alza de los precios. Para que Málaga fuese un paraíso turístico, había que convertir a toda la población en camareros. Pero, ah, es que vivimos de eso.
Al final, bueno. Lo malo de aplicar políticas humanicidas es que luego cuesta la vida revertirlas. Parece que alguien tuvo la idea de que era posible hacer de Málaga una ciudad grande reduciendo las vidas de los malagueños, haciéndolas pequeñitas, insignificantes, hacinadas, sin expectativas, en casas en las que no se puede vivir y en barrios en los que no se puede estar ya la mayor parte del año porque para qué nos vamos a preocupar por las sandeces del cambio climático. Y tiene que ver todo esto con la naturalidad con la que hemos asumido que Málaga es una entidad abstracta, o mejor aún un producto mercantil, una marca en el escaparate, un golpe de pecho, un sentimiento. Pero no, por mucho que juguemos a distraernos, Málaga es la gente que la habita. Y, si empequeñeces la vida de quienes viven aquí, empequeñeces Málaga. Es una ley de proporcionalidad directa y tampoco se puede revertir, vaya por Dios. Aquí estamos, perdiendo población en términos objetivos por primera vez en mucho tiempo. Eso sí, a quienes vinieron a levantar sus torres y hacer negocios exclusivos les irá bien sin remedio. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando supimos del plan de Donald Trump para hacer de Gaza un resort turístico, pero su principal error es evidente y Málaga lo demuestra: no hace falta un genocidio para dejar el campo libre. Basta con convertir la vivienda en un artículo de lujo.
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